La intención del ya casi nuevo presidente de Estados Unidos de anexionarse Groenlandia no es tan estrambótica como inicialmente parece. Esa inmensa y gélida isla, la más grande del mundo, con una superficie de 2.166.000 kilómetros cuadrados, constituye de hecho una tierra de nadie cubierta con la segunda capa de hielo más grande del planeta. Pero esconde una importancia económica y geoestratégica de primer nivel que Donald Trump quiere conseguir para su país.
Groenlandia pertenece al Reino de Dinamarca –a 3.000 quilómetros de distancia–, pero la tiene prácticamente abandonada, en manos del gobierno autónomo local, y la considera –al menos hasta ahora– una carga financiera. La Unión Europea (UE) históricamente apenas le ha prestado excesiva atención y ahora llega tarde. En 1985, Groenlandia, como territorio autónomo, abandonó la entonces Comunidad Europea por discrepancias con su restrictiva política pesquera, ya que limitaba la pesca de la foca a sus escasos habitantes. Incluso ahora la respuesta europea a los nuevos planes de Trump ha sido muy tibia.
El presidente electo de Estados Unidos considera el territorio clave para la seguridad de su país
La extensa Groenlandia tiene tan solo 57.000 habitantes que apenas habitan el 20% del territorio y forman una comunidad que vive principalmente de la pesca y las subvenciones. Pero, en cambio, la isla es inmensamente rica en recursos naturales, como petróleo, gas natural y multitud de minerales, entre ellos oro, diamantes, zinc, plomo, cobre y uranio, además de grandes reservas de litio y de las llamadas tierras raras que son imprescindibles para la industria tecnológica ecológica digital. Esa potencial riqueza económica es muy difícil de explotar en un territorio que es extremadamente hostil por sus duras condiciones climáticas. Pero Estados Unidos no descarta poder hacerlo en el futuro. En realidad, grandes millonarios americanos, como Bill Gates o Jeff Bezos, han invertido ya en la industria minera del país desde hace años, en competencia con China.
Fundamentalmente, sin embargo, Groenlandia tiene una importancia geopolítica de primer orden, ya que su ubicación en el Ártico es un punto crucial para el comercio y la seguridad globales, especialmente a medio plazo, cuando el deshielo por el calentamiento climático del planeta abra nuevas rutas marítimas más cortas en el Ártico. El interés de Estados Unidos por ese territorio rivaliza con el expresado también por Rusia y China, pero Trump quiere ser el primero en mover ficha de forma contundente para controlarlo. Ya ha declarado, al respecto, que el Pentágono le ha dicho que lo necesitan por razones de seguridad nacional y para proteger al mundo libre. “Si mirases con prismáticos –dice Trump–, Groenlandia está constantemente rodeada de barcos chinos y rusos, y no vamos a permitir que eso siga sucediendo”. Desde Moscú, de inmediato, ya le han advertido que el Ártico es una zona considerada nacional y estratégica para Rusia, lo que augura ya otro foco de tensión.
Trump en un principio amenazó con anexionarse Groenlandia por la fuerza, pero rectificó rápidamente. En realidad, nadie le haría frente si ocupase militarmente Groenlandia, donde su ejército ya tiene una base. Pero, aparcada esta inaceptable medida de fuerza, su estrategia ahora pasa por poner en duda los derechos de Dinamarca sobre Groenlandia, proponer que sean sus habitantes los que decidan su futuro y amenazar a Copenhague con duras sanciones comerciales si no se aviene a negociar esta fórmula.
La inmensa isla del Ártico esconde una enorme riqueza en petróleo, minerales y tierras raras
Trump está seguro de convencer a los groenlandeses de que les interesa más estar bajó la órbita de Estados Unidos, con quien ya tienen numerosos acuerdos de colaboración económica y de defensa, que de Dinamarca. En esta línea de acercamiento, Trump envío hace pocos días a su hijo a Groenlandia en visita de cortesía. La primera ministra danesa, Mette Frederiksen, se ha mostrado ya dispuesta a negociar con Trump, cuando tome posesión, y a respetar la decisión de los groenlandeses. En cualquier caso, la autonomía jurídica de Groenlandia prevé ya desde el 2008 la posibilidad de celebrar un referéndum de autodeterminación que puede ser decisivo.
¿Cómo acabará esta casi increíble historia? Lo único seguro es que Trump quiere Groenlandia para Estados Unidos. Ya la reclamó en su anterior mandato y ahora vuelve a insistir con una mayor y sorprendente contundencia. En cualquier caso, de entrada, hay que rechazar radicalmente medidas de fuerza –del todo inaceptables– entre países aliados. La alternativa al plan de Trump sería apostar por el diálogo y la colaboración para compartir la defensa y la explotación sostenible de Groenlandia entre Estados Unidos, la Unión Europea, Dinamarca y los propios groenlandeses a través de un acuerdo que fuera beneficioso para todos.