Mariann, la valiente

El mundo es para los valientes. Es una frase que oía de pequeña, y lo reafirmo en tiempos confusos de orden y liderazgos sombríos. La toma de posesión de Donald Trump el pasado 20 de enero reabre viejas heridas y un océano de miedos. El gran veneno que contamina el mundo: el miedo. Con su lema “America first” amenaza con el aislamiento global. Sigue apelando a la retórica populista de ensalzar emociones contrarias para la inmigración, el crimen, la economía, rozando una visión apocalíptica que solo ven él y unos cuantos elegidos como Musk, Zuckerberg o Bezos. Aunque Musk ha negado cualquier relación en su saludo con el fascismo, nadie entiende de otro modo esa clara simbología de levantar el brazo que repitió hasta en dos ocasiones.

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Kevin Lamarque / Reuters

Trump se ha coronado en la divinidad como lo hacían en tiempos inmemoriales los emperadores chinos –estoy segura de que no le gustaría esta analogía– considerándose “hijos del cielo”, mediadores del cielo y la tierra. En su discurso de toma de posesión, afirmó que fue “salvado por Dios” en su atentado en julio del año pasado y sugirió que su supervivencia a ese tiroteo tiene un propósito divino con la presidencia que inicia. Pocos pueden cuestionar ese trono de Dios. Una de ellas ha sido la obispa Mariann Edgar Budde. En el púlpito de la catedral nacional de Washington, solo un día después de su toma de posesión, Mariann, mirando a los ojos de Trump, dijo: “Le pido que, como líder de esta nación, reconozca el valor y la dignidad de todas las personas, incluidas las que han sido marginadas por su orientación sexual o identidad de género. Ellos también son hijos de Dios, merecedores de amor, respeto y protección. El mensaje de Nuestro Señor es muy claro: no hay lugar para el odio ni la exclusión social”.

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Una valiente que sostuvo a una multitud incómoda y a un presidente que más tarde calificaría el discurso de “desagradable”. Unas imágenes para la historia que sin duda recomiendo que cualquiera vea y observe más allá de las palabras. Mariann desafió el miedo expansivo de Trump hacia la población y le recordó que no hay divinidad si no se respeta el amor. Demostró que no hay que temer y que hay que envalentonarse. El mundo es de los valientes, y ahora más que nunca están llamados para que lo conquisten de nuevo.

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