Releer

Como una mosca caída, fustigada por esta gripe viciosa que ronda, tapada con una manta y cerca de una infusión de jengibre, he releído Lolita, de Vladimir Nabokov, y Memorias de Leticia Valle, de Rosa Chacel.

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Mentiría si dijera que no releo desde que leo, pero históricamente me había mirado el acto de releer con ojos desconfiados. Como un mal vicio, como un resbalón indulgente o un crimen cometido contra una misma. Tan poco tiempo que tenemos, tantos libros por leer, y yo repitiendo lectura, ¿¡por qué!? Supongo que, en el albor de mi entusiasmo por la letra impresa, la acción de releer escondía la búsqueda de un dragón, el intento inalcanzable de reconstruir las sensaciones que el encuentro inicial con el texto me había despertado. Paraíso perdido. Nada más lejos de lo que busco ahora.

Tan poco tiempo que tenemos, tantos libros por leer, y yo repitiendo lectura

Nabokov explicaba en sus Conferencias sobre literatura que “un libro no se puede leer: solo se puede releer. Un buen lector, un gran lector, un lector activo y creativo es un relector. Y os diré por qué. Cuando leemos un libro por primera vez, el mismo proceso de mover laboriosamente los ojos de izquierda a derecha, línea tras línea, página tras página, este complicado trabajo físico sobre el libro, el proceso de entender en términos de espacio y tiempo de qué trata el texto, se interpone entre nosotros y la apreciación artística”.

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Releer, sea por placer, ritual o trabajo, se ha acabado convirtiendo para mí en un proceso de aprendizaje, de reconocimiento y profundización en relación con el libro, pero también con la lectora. Zadie Smith lo explica muy bien, escribe que “las novelas que mejor conocemos tienen una arquitectura. No solo una puerta de entrada y otra de salida, sino habitaciones, pasillos, escaleras, un jardín delante y otro detrás, trampillas, corre­dores secretos, etcétera. Es un relec­tor afortunado aquel que conoce me­dia docena de novelas de esta manera a lo largo de su vida”.

Como un personaje de Jane Austen reponiéndose de una larga enfermedad después de haber salido a pasear un día en que la atrapó la lluvia, permitidme despedir estas líneas de pura pasión lectora citando el ensayo Leer mata, donde, haciendo referencia al amante, Luna Miguel escribe: “Si lo ama, piensa, es por cómo lee”. Súmmum absoluto, ya no solo del romanticismo lector, sino del romanticismo a secas.

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