Un mundo multipolar complejo

Tras la caída del muro de Berlín, en 1989, pareció que el mundo se encaminaba hacia un orden unipolar en el que Estados Unidos aparecía como la única superpotencia. El muro berlinés era símbolo de un mundo bipolar en el que dos grandes poderes, EE.UU. y la Unión Soviética, eran los polos de influencia. Su caída posibilitó la reunificación alemana y anticipó la desaparición de la URSS y el final de la guerra fría. La hegemonía estadounidense se tradujo en un liderazgo casi incontestado en los ámbitos político, militar y económico, dictando normas y reglas en foros internacionales. Ello dio lugar a intervenciones militares unilaterales, como las de Irak en el 2003, y a una globalización económica alineada con los intereses de Occidente

Sin embargo, esa concepción del mundo fue desapareciendo paulatinamente, y el poder de EE.UU. se vio amenazado por el gran crecimiento y la presencia internacional de China y por el resurgimiento de una Rusia que quería volver a ser imperial. Por eso el presidente ruso, Vladímir Putin, proclamó el 17 de junio del 2022 el fin del mundo unipolar liderado por EE.UU., afirmando que “cada vez se hacen oír más nuevos y poderosos centros, cada uno de los cuales desarrolla sus sistemas políticos e instituciones públicas e implementa sus propios modelos de crecimiento económico”.

Con el resurgir del nacionalismo populista, han aparecido figuras autoritarias que con el pretexto de proteger a su pueblo desconfían de las instituciones internacionales. Desde el propio Putin hasta Donald Trump, pasando por el chino Xi Jinping, el indio Modri, el turco Erdogan o el húngaro Orbán, concentran el poder político sin contrapesos e ignoran los derechos humanos y contribuyen a un mundo global vulnerable.

El nuevo mapa geopolítico lo forman muchos actores poderosos que tienen intereses distintos

En paralelo, han surgido nuevos organismos multinacionales que ya ejercen un contrapeso a las tradicionales instituciones occidentales creadas después de la Segunda Guerra Mundial, como el G-7, el G-20 o la propia Unión Europea. Ahí están los Brics, que agrupan las economías de los principales países emergentes y suman nuevos países, las nuevas rutas de la seda impulsadas por China y el llamado Sur Global, que agrupa a un conjunto de estados que no tienen miedo a levantar la voz a EE.UU. y a Europa y tienen como máxima prioridad defender sus intereses nacionales creando alianzas y pactos con quien consideran conveniente, aunque sean estados no democráticos o que violan los derechos humanos.

La emergencia de potencias regionales ha hecho aflorar un nuevo mapa geopolítico, un mundo con muchos actores poderosos y distintos intereses. Hay nuevas potencias como China y Rusia, y otras emergentes como India, Sudáfrica, Turquía y Brasil. Este multipolarismo exige una diplomacia más compleja, con múltiples centros de poder que interactúan, a menudo en competencia o cooperación según los intereses compartidos. Un mundo multipolar lleva a un equilibrio más dinámico, pero con mayores riesgos de inestabilidad y competencia abierta entre los polos de poder.

En un mundo multipolar con tres grandes actores en el escenario geopolítico –EE.UU., China y Rusia–, los posibles escenarios de conflicto se multiplican. Solo hay que echar un vistazo a los actuales puntos calientes del planeta. La guerra de Ucrania está a punto de cumplir tres años; el conflicto de Gaza vive un alto el fuego cuya continuidad no es segura y con desconcertantes propuestas de Donald Trump; Israel tiene frentes abiertos en Líbano, Siria y Yemen, además de con Irán; las guerras olvidadas, como las de Sudán, Birmania, Etiopía, Afganistán o Colombia, siguen activas, y otras que estaban larvadas, como la de Congo, han vuelto a despertar. En este momento existen más de cincuenta conflictos armados activos en el mundo, con hasta 92 países involucrados fuera de sus fronteras, la cifra más alta desde la Segunda Guerra Mundial.

Un orden multipolar genera múltiples opciones de alianzas sectoriales, pero más inestabilidad

El mundo multipolar, pues, nace entre guerras que también serán tecnológicas y energéticas, y sobre la base de que los alineamientos no son necesariamente automáticos e imprescindibles y donde quedan abiertas múltiples opciones de cooperación y alianzas sectoriales. Pero aún no está definido cómo se van a constituir los polos regionales y habrá que ver si la multipolaridad acaba siendo un proceso irreversible del sistema internacional o bien, pasado un tiempo, el mundo acabará volviendo a un orden bipolar, en este caso encarnado en EE.UU. y China, en especial por su dominio tecnológico.

La hostilidad abierta entre las potencias tradicionales y las emergentes en diferentes ámbitos, como el comercio, la tecnología y la lucha por el liderazgo, dificulta consolidar una multipolaridad estable.

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