Carlos Zanón, comisario del Festival de Novela Negra de Barcelona, ha dicho que los lectores prefieren las historias policiacas de toda la vida y que el subgénero de los psicópatas como Hannibal Lecter ha perdido interés. Es posible que lo que ocurra es que los psicópatas han saltado por la ventana de la novela negra y les ha abierto la puerta la política. Los malos malísimos mandan cada vez en más naciones, amenazan a quien se les pone por delante y atemorizan al resto del planeta con sus bravatas.

Fotograma de American psycho
Los malos son en nuestros días egoístas, narcisistas, megalómanos y lunáticos. No tienen entrañas, ni empatía, ni piedad, ni compasión. Han dejado de funcionar como canallas literarios, porque son más caprichosos que vengativos, más ordinarios que villanos, más patanes que sofisticados. Si no fuera porque dan miedo, darían pena.
Los psicópatas salen por la ventana de la novela negra, pero les abre la puerta la política
De los malos que se han apoderado de la Tierra no podemos esperar ningún diálogo interior, ni mucho menos un código moral. Shakespeare los hubiera despreciado como personajes de sus obras. No podrían ser ni actoreses segundarios de sus tragedias. No esperemos de ellos ni virtudes, ni valores, ni ideas. Su egocentrismo les impide ver más allá de sí mismos. Están casi tan vacíos como sus eslóganes.
La escritora Lucía Lijtmaer recordaba en un artículo en El País que Patrick Bateman, el protagonista de la novela American psycho, de Bret Easton Ellis, es el antecedente de personajes como Musk y Trump. Bateman era un yuppie de Wall Street que sentía la misma pasión por los negocios lucrativos y la buena cocina durante el día que por maltratar a las mujeres y matar indiscriminadamente por la noche. Bateman fue un disparatado personaje –o mejor, un psicópata– que representaba la falta de escrúpulos del capitalismo salvaje de la era Reagan. Hoy podría tener un puesto en Washington.
Los malos actuales empequeñecen a los forajidos del Far West. Hoy los desafíos no se hacen en una calle polvorienta, sino en las moquetas del poder. Y podrían decir, como Bateman: “Me siento un monstruo contemporáneo envuelto en una malsana envidia y un materialismo feroz”. Y aun así, mucha gente los adora.