A mi edad, ya pocas cosas me sorprenden. Y menos todavía, las que me suceden a título personal. Pero a veces se produce el sobresalto, y en fechas recientes hubo dos pequeños sucesos que para mi conciencia o mi ética merecen la calificación de alarmantes. El de la conciencia ocurrió el anterior fin de semana: había escapado del mundanal ruido a escuchar el silencio de las Tetas de Viana en la Alcarria, y de pronto recibí una sacudida: ¡estaba pensando en castellano! Llevo toda mi vida pensando en gallego, hablando con los míos en gallego, amando en gallego. Tengo la teoría de que los políticos que matan mi idioma son los que piensan en castellano y no lo saben traducir directamente a la lengua de Cunqueiro y así destrozan una de las grandes hablas. ¡Y yo caí, o estaba cayendo, en pecado de traición al idioma de mis padres!

Las Tetas de Viana, en la Alcarria, monumento nacional
Tenía disculpa: señor juez, es que llevo sesenta años en Madrid; es que el castellano me rodea por todas partes; es que en castellano leo los periódicos, la mayoría de los libros y oigo la radio y la televisión. Señor juez, me han cercado. Me han derrotado. El idioma dominante se coló en mi débil intimidad. Prometo, señoría, que no volveré a pensar en castellano. Si vuelvo, será una clarísima señal de rendición.
Me da miedo haber caído en la trampa de que la buena noticia no es noticia
El episodio ético es de este último viernes. Ese día encontré en un periódico una crónica que decía: disminuye el riesgo de pobreza en España. Vi el titular y pasé página. ¿Cómo que pasaste página?, preguntó mi imaginario confesor. Sí, padre, pasé página sin detenerme en la noticia y me di cuenta después.
Si esa nota dijese lo contrario, como casi siempre, si dijese que seguía aumentando el número de necesitados, de personas que no consiguen llegar a fin de mes o que tienen problemas para comer tres veces al día, ¿hubiera pasado de su contenido sin leerla ni buscar sus detalles, que tienen que ser decisivos para el bienestar y la calidad de vida de millones de personas? Seguro que no, y me da miedo. Miedo a haber caído en la trampa de que la buena noticia no es noticia. Miedo a haber sido atrapado por ese pesimismo enfermizo que hace rechazar lo bueno para enfangarse solo en lo malo. Miedo, en definitiva, al ambiente que está haciendo posible que lo negativo sea lo interesante y lo positivo no valga ni para mirar.