Es difícil concebir un sistema político más consensual que el alemán. El resultado de las elecciones de este domingo no va a cambiar esta cultura política que incluye la obligación de lograr acuerdos para gobernar.
Con las aritméticas que conocemos y teniendo en cuenta el cordón sanitario a la extrema derecha de Alternativa para Alemania, es muy probable que nos encontremos de nuevo con una gran coalición entre Cristianodemócratas y Socialdemócratas.
Es verdad que la diferencia de peso entre los socios condicionará el programa de gobierno y que la eventualidad de una coalición que cuente además con Verdes o Liberales, podría cambiar el tono de la negociación.
Pero lo relevante a efectos europeos no será el resultado electoral sino la actitud de los dos grandes partidos alemanes frente al cambio indispensable que exige el momento histórico en Alemania, en Europa y en el mundo. Un cambio que solo tendrá lugar si Alemania lidera la Europa que tiene que venir.
Carteles electorales de Friedrich Merz (CDU) y el canciller Olaf Scholz (SPD), en Frankfurt, Alemania
Alemania está sufriendo un bache económico profundo, tras dos años seguidos de recesión pero podría estar tentada de hacer reformas limitadas, centradas en lo que su tradición exportadora le ha marcado como el catecismo del buen gobierno.
Una agenda alemana limitada, sin vocación de liderazgo en Europa es el mayor riesgo para el futuro de la Unión Europea. Y es el resultado más probable del acuerdo de coalición tras las elecciones de este 23 de febrero.
Por destacar un elemento fundamental: no anticipo compromisos en el ámbito de la integración económica, empezando por dotar a la Unión Europea de una verdadera capacidad fiscal.
Cuesta sin duda cambiar las inercias de unas décadas tan abrigaditas en Europa, arropados por el paraguas protector norteamericano y la relativa estabilidad de un sistema internacional basado en reglas. Un periodo en el que la primera potencia exportadora mundial llegó a ser Alemania, antes de la irrupción implacable de China.
Esta circunstancia global ha acabado para los europeos. En lo económico, ante la emergencia de otros competidores con modelos sociales distintos al nuestro pero empoderados por un acceso abierto al capital y al conocimiento. Y en lo político por la divergencia transatlántica que podría poner en riesgo la integración política y económica en Europa, cuyo origen fue decididamente norteamericano.
Pero la guerra en Ucrania y la inestabilidad previsible del frente oriental de la Unión Europea no afectará únicamente a nuestra política de defensa. Tampoco la divergencia transatlántica se limitará a la autonomía de la seguridad europea sino que invadirá territorios ligados a nuestra organización política y social.
El salto integrador para lograr un verdadero compromiso con la defensa común implica muchos otros fragmentos de una soberanía compartida que sostenga el sacrificio económico, político y social de una defensa mancomunada de la Unión Europea. Una defensa que no será únicamente militar.
Y utilizo esta expresión “defensa mancomunada” a sabiendas de su resonancia en otras áreas de integración potencial en Europa. Porque ¿hay alguien que piense que una agresión militar contra un Estado de la Unión por parte de Rusia no tendría un efecto demoledor sobre la zona euro o sobre nuestro modelo de gobernanza? ¿Estamos seguros que la actual administración norteamericana seguirá apoyando la existencia de nuestra moneda común, de nuestro mercado interior, de las políticas comunes?
Es urgente tras la constitución del nuevo gobierno alemán, que los líderes europeos abran la discusión sobre la integración política y económica en Europa si queremos que todos entiendan como propia la protección de lo común.
Me temo que si no vinculamos la seguridad de la Unión Europea a nuestra obligación de completar el proceso de integración, nuestra debilidad hará inútil cualquier esfuerzo.
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Pablo García-Berdoy fue embajador de España en Alemania y ante la UE. Ahora es líder de Asuntos Públicos de LLYC en Europa.