Mañana se cumplen tres años del inicio de la agresión rusa a Ucrania, de una invasión ordenada por el presidente Vladímir Putin, convencido de que se trataría de un paseo militar de pocos días hasta Kyiv. No fue así gracias a la resistencia ucraniana y al apoyo occidental, y ahora el conflicto bélico, cronificado, entra en su cuarto año.
Durante estos casi mil cien días de guerra, y aunque no hay cifras oficiales, se estima que ha habido más de 800.000 muertos y heridos en el bando ruso, y unos 80.000 muertos y 400.000 heridos en el ejército ucraniano, además de los millones de personas que han tenido que huir de su hogar. Todo ello, en un escenario bélico marcado por una táctica de desgaste, pero con un lento avance ruso en la región del Donbass, a un coste elevadísimo de víctimas, y la extenuación de un ejército ucraniano agotado, al límite de efectivos y de armamento. Pero en este contexto de guerra enquistada, la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca ha supuesto un giro radical de la situación.
El presidente de EE.UU. culpa a Ucrania de iniciar la guerra, no ve realista que pueda recuperar el 20% de territorio perdido, se niega a que entre en la OTAN, llama “dictador sin elecciones” a Zelenski y lo excluye de la mesa negociadora de una futura paz. Ha dado alas a Vladímir Putin comprando sus tesis y solo se sentará con Rusia, con la que está decidido a establecer un nuevo orden mundial orquestado por los intereses de Washington y de Moscú.
La guerra entra en su cuarto año marcada por el giro radical en la posición de EE.UU.
En esta tesitura, la posición de Ucrania es tremendamente débil y vulnerable, y ni siquiera el apoyo europeo –que tampoco es unánime– basta para poder adoptar una posición de fuerza. Zelenski sabe que no puede romper con EE.UU. porque necesita su ayuda para que su país sobreviva. Es consciente de que deberá hacer duras concesiones para poder cerrar un acuerdo de seguridad, en especial después del enfado de Trump por su inicial negativa a firmar un desigual acuerdo que concede a EE.UU. el 50% de la explotación de las llamadas tierras raras ucranianas, así como concesiones mineras, como retorno de la ayuda que EE.UU. le ha prestado estos tres años. Un retorno valorado en 500.000 millones de dólares, pese a que la ayuda americana ha sido de unos 175.000 millones. Ayer, Trump aseguró que Zelenski –que espera poder lograr un acuerdo “justo”– firmará muy pronto porque “no tiene otras cartas para negociar”. Para él, todo se limita a una cuestión de negocios. No se trata de lograr la paz sino el beneficio económico. Por eso no duda en entregar Ucrania a Rusia y restablecer con ella relaciones comerciales y diplomáticas, rompiendo la unidad occidental durante estos tres años.
Esta nueva realidad parece irreversible y solo la discute Europa, más con buena voluntad y gestos que con hechos prácticos. Si Trump y Putin cierran un pacto sobre el futuro de Ucrania, el papel de los europeos se limitaría a garantizar la seguridad y pagar la reconstrucción del país. Mañana, la UE reafirmará en Kyiv su apoyo a Ucrania con la presencia de su cúpula y de líderes europeos como Pedro Sánchez, que insisten en que ambas partes deben estar presentes en la mesa negociadora.
El argumento europeo es que Putin no puede ganar pues ello abriría la puerta a futuras agresiones rusas. El gran temor en muchas capitales europeas es que la presión para cerrar un acuerdo suponga un cierre en falso de la guerra que conlleve una oportunidad para que Putin se rearme y vuelva a atacar en el futuro. El presidente francés, Emmanuel Macron, y el premier británico, Keir Starmer, parecen haber asumido liderar la estrategia europea y mañana y el jueves tendrán sendas reuniones con Trump para explicarle un plan que incluiría el envío por Francia y el Reino Unido de 30.000 soldados a Ucrania en la posguerra.
Zelenski está obligado a hacer concesiones a Trump para obtener garantías de seguridad
Al cumplirse tres años de guerra, Ucrania se siente traicionada por Trump. Una negociación EE.UU.-Rusia y la exclusión de Europa y Ucrania de un acuerdo que podría marcar el futuro de la región hacen surgir muchas dudas sobre las posibles condiciones de paz, la viabilidad del acuerdo y su legalidad, ya que se acordaría sin la participación de una de las partes en conflicto.
La paz de Ucrania no está cerca porque la voluntad por parte de Rusia ni, probablemente, de EE.UU. no es alcanzarla a corto y medio plazo, sino lograr sus intereses. No se habla de establecer un alto al fuego, sino que se han fijado condiciones maximalistas para sentarse a negociar sin permitir a Ucrania poner ninguna sobre la mesa, al no estar en ella.
Mientras, la tragedia que supone esta guerra en suelo europeo entra en su cuarto año y los dos ejércitos se enfocan en capturar o mantener la mayor cantidad de territorio posible para mejorar sus posiciones ante una posible negociación.