Érase una vez, cuando las tarjetas de crédito no eran contactless ni existían los datáfonos, te hacían firmar un recibo con copia en papel carbón donde quedaban grabados los dieciséis números que lucía en bajorrelieve el plástico de tu visa. Se oía un crac-crac, te devolvían la tarjeta, firmabas, separaban la hoja con la firma original y te quedabas con un resguardo. Una vez me duplicaron la visa y, gracias a la comprobación de firmas, conseguí recuperar el dinero estafado. Después llegaron los datáfonos y los pins, esos malditos números secretos de cuatro cifras que asocias a una fecha para no olvidarlos... y luego olvidas qué fecha era. Las firmas perdieron valor, porque la transacción era válida aunque firmaras con un garabato diferente cada vez. Llegué a firmar poniendo “Margaret Thatcher” sin otra consecuencia que la bronca de una cajera del Caprabo.

La sustitución de la firma por el número pin se consumó poco tiempo después, y los grafólogos empezaron a sufrir por la progresiva desaparición de su objeto de estudio. Los profetas de las nuevas tecnologías anunciaban su extinción. Las huellas dactilares renacerían sobre superficies digitales, y el reconocimiento sería facial. Además, como la gente ya no escribiría a mano, la grafología parecía condenada a caer en el baúl del olvido, donde yacen la telegrafía, la filatelia y el teletexto.
Pero he aquí que un nuevo héroe ha surgido para el gremio grafológico. El presidente Donald Trump ha transformado su firma sismográfica en un símbolo visibilísimo de poder. El trazo anguloso de Trump pretende ser performativo, es decir, que el mero hecho de trazarlo realice la acción que describen las palabras del documento. Aunque no es así, porque luego hay jueces y otros estados fuera de su jurisdicción que se oponen a ello, domina la reiteración de la imagen presidencial firmando decretos a troche y moche. Los grafólogos aprovechan este auge para reivindicarse y sobreanalizan la firma presidencial. YouTube está lleno de análisis. Todos hablan de rasgos autoritarios, tozudez, obstinación, autoestima por las nubes... Es el sismograma de un terremoto que acaba de comenzar, y todos sabemos que tendrá réplicas.