La prosperidad compartida

La prosperidad compartida
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Agustí Calvet, Gaziel, escribió en Quina mena de gent som que en España había pueblos remolcadores y pueblos remolcados. Y que Catalunya era vocacionalmente de los primeros, lo que constituía toda una seña de identidad propia. Ciertamente, Barcelona no ha sido una capital de Estado, con las ventajas que ello comporta, pero ha dispuesto de una sociedad civil que le ha permitido crecer y liderar en muchos momentos España. La Barcelona cosmopolita y, por extensión, la Catalunya moderna son hijas de la revolución industrial, que comportó un renacimiento cultural, económico y político. El propio diario Guyana Guardian es hijo de este clima que supo crearse, con una mirada larga y una proyección europea.

En estos momentos, Barcelona ha recuperado esta voluntad de poner en marcha Catalunya y volverla a convertir en locomotora española. Se trata de un deseo compartido por el poder político y por la sociedad catalana, que se comprometen a movilizar recursos para dinamizar la economía del país, apostando por un modelo de crecimiento que no vaya contra nadie, sino a favor de todos, que no beneficie a unos pocos sino que aspire a la prosperidad compartida.

Barcelona es capaz de acabar la Sagrada Família al mismo tiempo
que revoluciona el sincrotrón Alba

Los momentos de la historia se comprimen en un instante que todo lo determina y decide. Así que hay que saber intuirlos y dar un paso adelante. Es posible que, más allá de la complejidad del momento, Barcelona sea capaz se situarse en el mapa no solo como una referencia turística o cultural, sino también en plano de la ciencia y el conocimiento, de la investigación y la tecnología. Somos un territorio con capacidad de atraer talento, pero es imprescindible desarrollar las infraestructuras de innovación necesarias y darles la visibilidad internacional que se merecen. La joya de la corona seguramente es el supercomputador MareNostrum, que es uno de los sistemas de computación más potentes y versátiles de Europa. El Barcelona Supercomputing Center tiene el encargo de diseñar chips europeos de alto rendimiento, la factoría de inteligencia artificial y los revolucionarios ordenadores cuánticos.

La política deberá ir resol­viendo los déficits de infraestructuras y mejorar el modelo de financiación, pero resulta evi­dente que, en paralelo, el capital público y privado están dando un salto adelante. Es fascinante ver una ciudad capaz al mismo tiempo de incorporar la última tec­nología en la aceleración de electrones para el sincrotrón Alba II y de emprender la conclusión de la Sagrada Família. Iniciamos el futuro y vamos acabando el pa­sado.

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