La extrema derecha no es inevitable

Austria ha eludido un Gobierno dominado por la extrema derecha y tendrá en los próximos días un Ejecutivo tripartito, bajo el liderazgo del partido conservador junto a socialdemócratas y liberales. La noticia aporta esperanza al panorama europeo en una coyuntura pesimista, atribuible, entre otras cosas, al ascenso de la ultraderecha, el desvanecimiento del orden mundial surgido tras la Segunda Guerra Mundial y la desconfianza por el giro que Donald Trump está imponiendo en Estados Unidos. Antes de entrar en detalles sobre Austria y lo extrapolable de su caso –a Alemania, sin ir más lejos–, asoma una constatación: el crecimiento electoral de las fuerzas extremistas no supone, a modo de fatalidad, que vayan automáticamente a gobernar.

El cordón sanitario ha funcionado en Austria y de tal forma que la extrema derecha se ha quedado sin el argumento victimista de que el sistema la excluye arbitrariamente y desdeña sus votos. No esta vez. Los austriacos fueron convocados a las urnas el pasado 29 de septiembre y el ganador claro fue el ultraderechista Partido de la Libertad (FPÖ) con el 28,8% de los escrutinios, por delante del conservador Partido Popular Austriaco (ÖVP) con el 26,7% –una pérdida de casi veinte puntos– y los socialdemócratas del SPÖ con el 21,1 %, seguidos de liberales y verdes. Tratándose de un sistema proporcional, el presidente de la República encargó la formación de Gobierno al líder conservador por sus mayores opciones y margen para alcanzar acuerdos. El tripartito de conservadores, socialdemócratas y liberales no alcanzó un pacto –la reducción del déficit público fue la principal discordancia–, por lo que el presidente de la República encargó en enero al líder de la ultraderecha Herbert Kickl que formara gobierno. Es decir, nadie los excluyó del sistema político. El encargo no fructificó tras cinco semanas de negociaciones y llegó un tercer intento, asignado de nuevo al conservador Partido Popular, en el que Christian Stocker, inminente canciller, había reemplazado a Karl Nehammer, que presentó la dimisión tras su incapacidad de formar gobierno. Stocker lo ha conseguido ahora con socialdemócratas y liberales.

El nuevo tripartito austriaco, sin ultraderecha, tiene que ser eficaz, no un mero cordón sanitario

En resumen, cinco meses de gestación y desazón, el periodo más largo sin gobierno en Austria desde 1945. La tarea del próximo Ejecutivo es delicada y compleja. De una gran exigencia para los tres socios. Tras 151 días sin gobierno, no habrá tregua de cien días y ahí espera la piedra en el zapato de bajar el déficit público al 3% del PIB, con el consiguiente recorte del gasto, y el objetivo de llegar a un aumento del presupuesto militar del 2% en el 2032, ahora que Viena tiene dudas sobre la viabilidad de su tradicional neutralidad (Austria no pertenece a la Alianza Atlántica y no ha solicitado, a diferencia de Suecia y Finlandia, su incorporación, lo que no quita el aumento de la preocupación por la defensa nacional).

El laboratorio de Austria tiene paralelismos con Alemania, donde se espera más pronto que tarde una gran coalición de los conservadores de CDU/CSU con los socialdemócratas sin presencia de la extrema derecha. Lo cierto es que los cordones sanitarios –formales o no– exigen un plus de esfuerzo y generosidad a los componentes de los gobiernos de coalición, que surgen, precisamente, como alternativa a una ideología que sembró cizaña en la Europa central del siglo XX. Sin embargo, no se puede vivir del pasado y el tripartito de Austria solo podrá evitar que la extrema derecha del FPÖ siga creciendo en las próximas elecciones a condición de gestionar con eficacia, sin eludir el malestar popular con la inmigración. Contra la demagogia de la extrema derecha, sí a los cordones sanitarios, siempre y cuando sean sinónimo de gobernabilidad y gestión eficaz. No se trata de hacerse una foto sin otro mérito que la ausencia de la extrema derecha, se trata de superar las diferencias y rencillas.

Los casos de Austria y Alemania certifican que el auge ultraderechista puede ser contrarrestado

Para que los emergentes gobiernos multipartidistas sean una alternativa no artificial a la extrema derecha, conviene dejar atrás líneas rojas –hay un exceso de emotividad y postureo en los partidos– y no limitarse al reparto de cuotas ministeriales. A más partidos en liza –guste o no, queda poco del bipartidismo que tanta estabilidad dio a Europa–, mayor es la exigencia ética para marginar de verdad a la ultraderecha. Y los socios minoritarios de todo gobierno deberían entender cuál es su papel, que pasa por respetar el liderazgo del más votado de entre ellos. Los electores europeos moderados siguen siendo una mayoría rotunda.

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