La voz profunda de bajo de Leonard Cohen zumbándole las orejas a Volodímir Zelenski. Everybody knows that the war is over / Everybody knows the good guys lost, le canta malignamente seductor para convencerlo de que se rinda. Solo que no es Cohen con un trilby en la testa, sino un tupé rubio por gorra, una cara naranja en desacuerdo con la corbata roja y la voz ronca y rota de Trump quien se lo susurra.
 
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Porque lo que le propone no es un acuerdo de paz. Tampoco un alto el fuego. Es una rendición. El meme que corre por Bluesky, “En la guerra entre Rusia y Ucrania el primero en rendirse ha sido Estados Unidos”, no se adecua. Porque Trump, del documento que firme con el “desconsiderado” vestido de guerra Zelenski, saca provecho, en forma de minerales.
Es 28 de febrero en Washington. El presidente ucraniano se siente en el despacho oval como Andy ante Miranda en El diablo viste de Prada: qué caray hago yo aquí, siendo maltratada, despreciada y humillada por esta diabla amargada.
Con ese JD Vance de vicepresidente allí presente. El que le canta también las cuarenta y el que se ríe cuando el periodista pro-Trump, con la americana desabotonada pregunta a Zelenski por qué no viste más elegante. “JD Vance, el típico cobarde que se hace amigo de un bully para que lo proteja y se pasa el día humillando a la peña para caerle bien”. La definición es de @albertlloreta.cat.
La humillación se ha gestado antes de sentarse en el despacho oval. El presidente de EE.UU. había recibido al de Ucrania ante la puerta de la Casa Blanca con un burlón “wow, look, you're all dressed up today" (”vaya, mira, vas muy elegante hoy”). Zelenski va al matadero, Trump lo trabaja psicológicamente.
Es 28 de febrero, también en Segovia. Faemino y Cansado ya te dijeron que los romanos fueron lo bastante previsores como para construir el acueducto para fomentar el turismo muchos siglos después. Los segovianos, sin embargo, prefieren la leyenda de la aguadora que, harta de andar dieciséis kilómetros para llevar agua, promete al diablo que le dará su alma si construye el acueducto antes de salir el sol. Por una sola piedra que el diablillo no se la apropia. La chica, arrepentida de la apuesta, había rezado a tiempo a Dios.
Al Vox local le gusta la historia, pero no que se haga referencia con una estatua del diablo sentado en el pretil de la cuesta de San Juan haciéndose una selfie con el monumento detrás. Desnudo, además. Enseñando el "imponente e indecente ciruelo que arma”, como escribe el portavoz de Vox. Un “ciruelo” que puede asustar, dice el partido, a las niñas de la escuela religiosa próxima.
El asunto vuelve a ser actualidad en redes. Hace cinco años ya que el partido se empeñó con el tema y que habla de lo que le cuelga. El concejal de Izquierda Unida ve obsesión. “Uno de los siete pecados capitales es la envidia; vayan con cuidado de pecar en este sentido”, comenta. La respuesta del portavoz ultra: “Si alguien tiene alguna duda de que me muevo por envidia, en privado me ofrezco a demostrarle que no me mueve este sentimiento”.
En Washington, el diablo quiere vestirte trajeado; en Segovia, vestir al diablo. Trump quiere enseñarte buenos modales; Vox, “el ciruelo”. El mal viste con corbata o sin. El mal toma muchas formas.
 
            
