Un 8-M con motivos de preocupación

Hoy, 8-M, se celebra el día internacional de la Mujer, una jornada de reivindicación feminista en la que millones de personas salen a la calle en ciudades de todo el mundo con el pro­pósito de defender, consolidar y ampliar los avances de su lucha por la igualdad entre hombres y mujeres.

Mucho ha mejorado la situación del colectivo femenino desde los tiempos, hace ya más de un siglo, en que sus pioneras peleaban por algo tan elemental como el derecho al voto, cuya carencia significaba una discriminación tan ofensiva como inadmisible. Los logros alcanzados a lo largo del siglo XX han sido numerosos e importantes y han propiciado en su conjunto la más relevante de las revoluciones sociales. Gracias a ella puede decirse, lisa y llanamente, que el mundo es hoy otro, mejor y más justo.

Sin embargo, el 8-M de este 2025 se afronta con preocupación. No solo porque el camino que queda por recorrer es todavía largo, especialmente en los países en los que imperan formas severas de intolerancia política y religiosa, o también en los estados desarrollados que no logran desprenderse, por ejemplo, de la lacra de la violencia machista. Se afronta también este 8-M con preocupación porque atravesamos una coyuntura de auge global de la ultraderecha, que entraña una clara amenaza ­para el feminismo, al proponer la reversión de no pocas de sus conquistas igualitarias. Sin ir muy lejos, así ha podido comprobarse ya en instituciones polí­ticas españolas donde se ha concedido una cuota de poder a la formación ultraderechista Vox.

El auge de la ultraderecha y la división interna ensombrecen el horizonte de la lucha feminista

Por desgracia, no es ese el único problema: en España, el feminismo está dividido y, por tanto, debilitado. Su tradicional condición transversal, unitaria, se quebró en el 2022, cuando se produjo una escisión en el seno del movimiento, que, a efectos inmediatos, se tradujo en la convocatoria de dos manifestaciones del 8-M, en lugar de una, reflejo de unas diferencias de criterio que entonces se consideraron insalvables. Y cuyos efectos a medio y largo plazo se sustentan en diferencias ideológicas de calado, concretadas, pongamos por caso, en el debate sobre la prostitución.

La controversia suscitada por la denominada ley trans, que impulsó Podemos, tuvo mucho que ver con esta ruptura, que alineó por un lado a las feministas que se denominaron clásicas y, por otro, a las que quisieron priorizar los derechos de las personas transexuales: las primeras estimaban que estas nuevas políticas ponían en riesgo no pocas de sus conquistas. Diremos al respecto que las motivaciones de tales políticas son respetables, pero también que es evidente que su materialización golpeó y debilitó el feminismo tal y como lo habíamos conocido, abocándolo a una crisis estructural y frenando su habitual tendencia al alza.

Los extremos se alimentan mutuamente. Los planteamientos más radicales del feminismo han tenido efectos contraproducentes. Quienes han insistido en presentar a los hombres, sin excepción, como machistas esenciales e irrecuperables, en lugar de como aliados potenciales, han acabando creando antifeministas. El partido Vox se beneficia de una intención de voto superior al 25% entre los más jóvenes, seguramente una reacción a tales discursos extremos, que, a la postre, actúan como banderín de enganche reaccionario. La polarización, como precisamente bien saben los extremistas, da sus réditos, motivo por el que suele cultivarse, pese a la irresponsabilidad que supone.

La recuperación de las políticas prácticas en favor de la igualdad parece una idea oportuna

Así las cosas, es comprensible que, desde partidos más centrados, y en particular desde el socialismo, que gobierna ahora en España y en Catalunya, se estén haciendo esfuerzos para reconducir el discurso feminista hacia cauces históricos, subrayando sus elementos más prácticos. Es decir, centrarse en los debates que deben repercutir en la mejora de las condiciones para la igualdad: equiparar derechos comunes, consolidar los avances del colectivo femenino, evitar cualquier forma de discriminación laboral, acabar con la brecha salarial, etcétera. Y, por supuesto, conseguir progresos más satisfactorios en la lucha contra la violencia machista.

Podrá entenderse que estos esfuerzos se planteen con alguna discreción, no porque sean improcedentes, sino para no ahondar en divisiones. Pero es necesario entender que son de todo punto imprescindibles. Como apuntábamos más arriba, queda todavía mucho camino por recorrer. Es oportuno recordarlo hoy, 8-M, y también los restantes días del año.

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