Cómo no ser un político

TRANSATLÁNTICO

Cómo no ser un político
Politólogo y economista

Muchos amigos, colegas y antiguos compañeros me han preguntado a lo largo de los años por qué yo no seguí una carrera política o acepté alguna de las numerosas propuestas que he recibido para un cargo público. Les respondo en el libro En busca de Nuncajamás, que presentamos mañana martes en la librería Altaïr en Barcelona; están todos invitados.

Al historiador del islam Bernard Lewis, en una de sus visitas al Oriente Próximo, un religioso profesional le reprochó: “¡No lo entiendo! ¡Con todo lo que usted sabe sobre el islam! ¿Por qué no se hizo musulmán?”. Salvando las distancias, me han hecho varias veces una pregunta similar: si sabes tanto de política, ¿por qué no te convertiste en un político profesional? Mi respuesta sería análoga a la que sospecho que daría Lewis: precisamente porque sé tanto sobre cómo es la política.

Alinearse con una etiqueta de partido político es incompatible con un proyecto intelectual serio

Como decía Indalecio Prieto, uno de los políticos más perspicaces de la República española de los años treinta, para ser un político uno tiene que estar dispuesto a comerse un sapo vivo cada mañana para desayunar. Yo entiendo que los políticos sobreviven porque saben que, si uno se come un sapo vivo a primera hora, ya nada peor le sucederá el resto del día. Pero mi estómago nunca estuvo preparado para tal festín.

Además de estas aversiones, creo que alinearse con una etiqueta de partido político es incompatible con desarrollar un proyecto intelectual serio. Aprendí mucho en mis experiencias de activismo político, pero sobre todo al pensar sobre ellas después y encontrar las preguntas relevantes. Cuando estaba involucrado en la acción, mis intenciones, aspiraciones y deseos me hacían si no ciego al menos miope ante cosas que estaban ocurriendo ante mi nariz. Un buen trabajo académico y científico requiere una mente abierta, distancia emocional, cuestionarlo todo y no sustituir hechos por creencias. Al final, hay que elegir: hacer ciencia o hacer política. Si uno se queda en medio, es probable que sea mediocre en las dos actividades.

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Dani Duch

Una experiencia que me ha parecido interesante es cuando unos académicos profesionales competentes a tiempo completo entran en política durante un corto periodo. La mayoría de ellos ejercen de políticos a medias, ya que no suelen participar en ruedas de prensa, dar discursos o manipular las relaciones públicas. Tras su regreso a la academia, he preguntado a unos cuantos de esos colegas y amigos de seis países diferentes qué han aprendido en la práctica sobre qué es realmente la política que no supieran desde el conocimiento académico. Varios coinciden en que la práctica política es una vida muy dura porque hay mucha competición por el poder entre individuos, incluso dentro de una misma institución o un mismo partido. Algunos subrayan que muchas decisiones políticas se toman con poca información y escasa aptitud en el tema. Reproduzco aquí solo una muestra de los que están incluidos en el libro.

Gianfranco Pasquino, politólogo de la Universidad de Bolonia y del Centro Johns Hopkins, fue uno de los coautores de mi editado libro de texto sobre política europea. Tras su experiencia como senador independiente de izquierda de la República Italiana durante tres mandatos, resumió su aprendizaje “con dos simples aforismos: ‘la competencia profesional sin poder político es estéril’, pero ‘el poder político sin competencia profesional es peligroso’. Una mezcla bien equilibrada –concluyó– es, lamentablemente, muy rara, y no solo en la política italiana”.

Mi exestudiante Juan Manuel Abal Medina jr. se convirtió en senador y jefe de gabinete de la presidenta de Argentina cuando estaba relativamente avanzado en su ­carrera académica, la cual ha reanudado después. Su padre, del mismo nombre,
había sido el organizador del regreso del presidente Perón de su exilio en la España de Franco, y Juan Manuel permaneció fiel a la afiliación partidista de la familia. Tras su experiencia en la cima de la política, que vivió con “intensidad y dramatismo’”, según sus palabras, le pregunté qué había aprendido sobre la política que no supiera antes.

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Me dijo: “La capacidad de autoengaño y disonancia cognitiva de los políticos es muy superior a la que suponemos”. “El corto plazo tiene un peso aún mayor que el que usualmente pensamos”. “La enorme mayoría de las decisiones se toman con poquísima información”. “Los factores psicológicos juegan un rol fundamental”.

Como sabrán, Andreu Mas-Colell, economista de Harvard y fundador del departamento de Economía de la Universitat Pompeu Fabra en Barcelona, donde di clases durante varios años, se convirtió en miembro del Parlament y del gobierno de Catalunya. Me resumió las similitudes y diferencias entre la vida de un político y la de un académico de la siguiente manera: Para ambos, la táctica crucial es: “Elige un tema. Si tiene éxito, permanece en él, en lugar de intentar un mensaje innovador”. Pero las diferencias son sustanciales: “Un político no debe ser demasiado inteligente, no debe tratar de impresionar, no debe dirigirse a la minoría educada, sino que debe ser fácilmente entendido por la persona media”. “No citar fuentes”. “Y repetir, repetir, repetir, aunque uno no esté diciendo prácticamente nada”.

El libro reúne crónicas políticas e intelectuales escritas durante varias décadas desde quince países en cuatro continentes. Que nos leamos pronto.

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