Tal día como hoy, hace ahora un lustro, los españoles amanecieron confinados en sus domicilios. La llegada a nuestro país de la covid, su rápida extensión y un número de muertos entonces ya disparado aconsejaron al Gobierno de España establecer el estado de alarma. Fue anunciado el 13 de marzo del 2020, oficialmente decretado el día 14, y entró en vigor en la primera hora del día 15. Hacía escasas fechas que la Organización Mundial de la Salud (OMS) había reconocido, el 11 de marzo, el carácter pandémico de la infección.
Hace cinco años, la libertad de circulación quedó severamente restringida en España, la actividad laboral, educativa, comercial y económica tuvieron que adaptarse a la nueva circunstancia, las fronteras se cerraron y, de la noche al día, los ciudadanos temieron por sus vidas, quedando sumidos en una situación angustiosa, sin precedentes, agravada por la incertidumbre.
El balance de la covid fue terrorífico. En el mundo se han registrado, según datos de la OMS actualizados hace tres semanas, 778 millones de casos, con alrededor de siete millones de víctimas mortales. En España ha habido 14 millones de contagios y unos 157.000 muertos. El número de personas que han quedado afectadas por la covid persistente, y que sufren distintos grados de invalidez que las han apartado de su labor, es difícil de precisar, pero también importante.
Inicialmente, cada país respondió a la pandemia según el criterio de sus gobernantes. Algunos, con una diligencia que demostró ser efectiva, otros con lasitud que redobló los efectos letales. Pronto quedó claro que la dimensión del desafío era global y que la búsqueda de soluciones, desde el equipamiento para contener la covid hasta la elaboración de vacunas, era asimismo de dimensión global. También los bulos y las teorías conspirativas lo fueron.
La respuesta a la cuestión de si estamos mejor preparados que en el 2020 no es satisfactoria
Aun así, la reacción social en España resultó en general apreciable. Los gobernantes trabajaron contra reloj para organizar una respuesta centralizada. El personal sanitario, también el de las residencias, realizó un esfuerzo extraordinario durante semanas y meses, en condiciones precarias, de alto riesgo. Más tarde, los ciudadanos respondieron a las campañas de vacunación con una disciplina ejemplar.
Ahora, la gran pregunta en el aire es la siguiente: ¿qué hemos aprendido de la pandemia? Y, también: ¿estamos en marzo del 2025 mejor preparados que en marzo del 2020 para hacer frente a una emergencia similar en España? La respuesta a estas cuestiones dista de ser satisfactoria. Persisten los déficits estructurales que arrastraba el sistema sanitario, desde la insuficiencia de recursos o equipamientos hasta la falta de personal (agudizada en su día por los contagios en el seno del colectivo, que lo diezmaron).
El Sistema Nacional de Salud (SNS) ha incorporado desde el 2019 unos 4.500 nuevos médicos y enfermeras. Pero la sociedad española sufre más patologías desde la pandemia
–aumentaron las depresiones y otros problemas de salud mental–, y el fantasma del colapso hospitalario, que agudizó los temores en el momento álgido de la covid, sigue ahí. Se estima que el SNS debería incorporar a otros 4.500 médicos. España acarrea déficits históricos. La Agencia Estatal de Salud Pública, teóricamente encargada de liderar una respuesta a este tipo de crisis desde que fue prevista en el 2011, tan solo ha recibido la aprobación de la comisión de Sanidad del Congreso esta semana.
No menos lamentable es la utilización con fines partidistas de lo que fue un problema de alcance colectivo. Al estallar la pandemia en el 2020 la reacción del Gobierno español, encarnada por Salvador Illa, entonces ministro de Sanidad, y su portavoz médico, Fernando Simón, no contó nunca con el beneplácito de la oposición conservadora. La labor del Gobierno de la Comunidad de Madrid, emisor de unos protocolos de exclusión que impidieron el traslado a hospitales de enfermos acogidos en residencias, ha sido muy cuestionada. La presidenta de Madrid reducía días atrás de 7.291 a 4.100 el número de ancianos fallecidos en las residencias, como si eso, en caso de ser cierto, pudiera aminorar el impacto de una catástrofe estremecedora.
La utilización con fines partidistas de un problema que a todos nos afecta es lamentable
No estamos a salvo de nuevas pandemias. Hay mejor coordinación internacional, hay más, aunque aún insuficiente, personal médico, y hay una experiencia colectiva. Pero es desalentador comprobar que faltan la nobleza para reconocer errores –premisa si no se quiere repetirlos– y la inteligencia para aunar fuerzas ante la adversidad que a todos amenaza.