Son estudiantes de segundo de Periodismo. Le envían un mensaje, les gustaría entrevistarle para un trabajo que están haciendo. “De acuerdo, podéis llamarme a lo largo de la mañana y quedamos”, responde el autor. Van pasando las horas y por la tarde recibe una nota de voz. Que se les ha complicado el día, pero que cuando él quiera, hablan. Vale, tiene la semana tranquila, contesta él por escrito. Pero el teléfono no suena.
Pasan los días, hasta que recibe otro mensaje de voz: ¿ahora es buen momento?, preguntan los estudiantes. Adelante, concede el autor de nuevo por escrito. Y otra vez silencio. El autor está desconcertado. Aquella entrevista ni le va ni le viene, pero le mosquea tenerla ahí dando vueltas como algo pendiente. Al cabo de una semana, recibe la llamada, por fin. La voz no es la misma que la de los mensajes anteriores. “Hola”, dice una mujer, “soy profesora de la facultad de Periodismo, he puesto el manos libres para que toda la clase siga esta conversación, estoy enseñando a mis alumnos a convocar una entrevista”. A continuación le explica que los estudiantes no se atreven a telefonearle porque les parece una intromisión.
Con los mensajes de voz, todo se reduce a un intercambio de monólogos
Al autor le parece mucho más intrusivo tener que esperar una llamada que nunca llega para resolver algo que se podría haber zanjado en dos minutos. Cuando ve a los jóvenes en el metro mandándose y recibiendo mensajes de voz, siempre piensa que, si se llamaran, hablarían, conversarían, se comunicarían. Con los mensajes de voz, todo se reduce a un intercambio de monólogos; uno está más centrado en lo que cuenta que en lo que cuenta el otro. Uno está más atento a sí mismo que a la interacción; no aprende a atender, no tiene por qué responder, no se espera una respuesta.
Esta historia es la adaptación de un caso real. A diferencia de la nuestra, que vivía pegada al auricular, la era del smartphone siente aversión por las llamadas telefónicas, algo especialmente perturbador en el periodismo y la producción. No solo entorpece gestiones sencillas, también deshumaniza el contacto. Es cierto que no solemos contestar a números desconocidos, pero entonces llamas y, si no hay suerte, mensaje. O mensaje y luego llamas. ¿Da corte? Bueno, superarlo es el primer paso para llegar antes que nadie donde quieres, y así hacerlo llegar a los demás.
