Pocos días después de las elecciones alemanas, los dos grandes partidos –conservador y socialista– llegaron a un principio de acuerdo para formar un gobierno de coalición. Algo así, tan lógico y necesario, es imposible en España. Todos sabemos la causa y que esta no tiene remedio. Por tanto, casi ningún acuerdo cabe esperar hoy de nuestros grandes partidos, ni de sus dirigentes. España se encuentra en una situación límite, y no tiene un líder con autoridad moral y prestigio en quien confiar y a quien seguir. En cambio, otros países han pasado por situaciones mucho peores y se salvaron porque sí surgió este líder.
Londres, mayo de 1940. El día 10, Churchill es nombrado primer ministro. Entre los días 24 y 28, el Gabinete de Guerra presidido por él debatió si Inglaterra negociaba con Hitler o continuaba luchando sola, tras haberse rendido Francia y con el ejército inglés atrapado en Dunkerque. En el acta del día 28, se recoge el enfrentamiento entre Churchill y Halifax, secretario del Foreign Office, partidario de negociar. Uno de sus párrafos dice así: “El primer ministro afirmó que cuando una nación cae luchando, vuelve a levantarse, pero cuando se rinde cobardemente, está acabada”.
El dirigente conservador alemán, Friedrich Merz, y la socialdemócrata Saskia Esken, tras una reunión a principios de mes
Halifax cedió, el Gabinete de Guerra decidió seguir luchando y Churchill “consideró que una petición (de ayuda) a Estados Unidos en este momento sería prematura”. Debe destacarse, por último, que, según John Lukacs, “Halifax no era un derrotista, tampoco un intrigante. Era un experto observador (…). Y era un tipo muy inglés, en el sentido de que amoldaba su mente a las circunstancias en lugar de adaptar las circunstancias a sus ideas”.
Francia se hundió en 1940. Fue La extraña derrota que dio título al último libro de Marc Bloch, y fue La agonía de Francia, cuyas razones explicó Manuel Chaves Nogales. En la investidura (el 12 de julio, en Vichy) del general Pétain como jefe de Estado, la misma Cámara de los Diputados elegida en 1936, que había aprobado las reformas del Frente Popular, apoyó la concesión de plenos poderes al héroe de Verdún por 569 votos contra 80. De 152 diputados socialistas presentes, 83 votaron por Pétain. Ajeno a este hundimiento, un general de brigada poco conocido –Charles de Gaulle– levantó el estandarte de la Francia Libre. De Gaulle voló de Burdeos a Londres en un avión británico y, el 18 de junio, hizo un llamamiento a la resistencia del pueblo francés ante los micrófonos de la BBC. Su postura fue decisiva como contrapeso de la rendición-colaboración del grueso del ejército y de los funcionarios civiles franceses. Salvó a Francia del deshonor. Churchill apoyó a De Gaulle, pese al diferente temperamento de ambos grandes patriotas.
Se necesita alguien con autoridad moral, en quien los españoles pudiesen confiar
Un caso totalmente contrario es el que narra Sebastian Haffner en su libro Alemania: Jekyll y Hyde, al decir que, en la Alemania nazi, había “entre quince y veinte millones de alemanes desleales” a Hitler, que hubiesen podido ser “los aliados potenciales de Inglaterra y Francia”. Y, siendo esto así, se pregunta ¿por qué guardaron silencio?, ¿por qué no se les vio?, ¿por qué no impidieron que todo sucediera contra su voluntad, pero en su nombre?, ¿dónde estaban los actos de sabotaje? La pasividad de estos alemanes desleales se explica, según Haffner, por el poder extremo del régimen nazi, por la mentalidad antirrevolucionaria de los alemanes y, sobre todo, por la ausencia de un líder que encabezase la resistencia.
Sería decisivo para España, dado su bloqueo actual, que surgiese el líder del que carece. Alguien dotado de autoridad moral, en quien los ciudadanos pudiesen confiar por su clara defensa del interés general de España. Esté o no afiliado a un partido, sea hombre o mujer, conservador o progresista. Alguien de talante integrador, que no divida ni encone, que respete la Constitución, que no colonice las instituciones y tenga la ley como marco, la política como tarea y la palabra como instrumento. Alguien, en suma, en quien se pudiera confiar. Tampoco es tanto pedir. Pero ¿y si no surgiese, que es lo más probable? Pues entonces, impotencia y barullo. Final de trayecto.
