Justo antes del día del Padre, una jueza validó la petición de eutanasia de Noelia, la joven de 24 años que, tras serle diagnosticada una paraplejia completa, formalizó su voluntad de iniciar el procedimiento. Su caso ha trascendido porque la comisión de garantías de la eutanasia resolvió el caso y su padre presentó un recurso para detenerlo, representado por la asociación Abogados Cristianos, y recurrirá contra la sentencia. Esta columna no tiene intención alguna de valorar un hipotético combate entre abogados cristianos y médicos psiquiatras. Menos aún, de añadir dolor a una situación trágica.
En mi entorno, vivimos la aplicación de la prestación para morir de un amigo afectado por esclerosis múltiple, F.C., bien acompañado por su familia. Cuando unos padres entierran a un hijo, todo se trastoca. Pablo Martín Sánchez, uno de los escritores más interesantes que conozco en lengua castellana, nos regaló la palabra huérfilo para definir a los padres que hemos perdido un hijo, por analogía con huérfano.
Ser padre de un hijo mayor de edad no es decidir por él, sino respetar su voluntad
Tres décadas de experiencia como padre en ejercicio y seis décadas ya cerradas como hijo me avalan para hacer unas humildes consideraciones sobre la paternidad. Ser padre no significa poseer hijos, aunque les adjudiquemos el posesivo de primera persona del singular (pocas veces el del plural). De otro modo, alguien podría clamar un patriarcal “la salvé porque era mía”. Ser padre de un hijo mayor de edad no implica decidir por él. Aquel derecho a decidir que exhibían, ufanos, nuestros políticos soberanistas más arrogantes es el libre albedrío del individuo, un derecho inalienable. El oficio de padre requiere autoridad, pero también flexibilidad, y se asemeja más al trabajo del escenógrafo que al del guionista.
Ser padre es respetar la voluntad de los hijos, no creerse el dueño de su destino y, menos aún, blandir un derecho de sangre como argumento de autoridad para imponer nuestra voluntad. Seamos humildes. Tal como Manuel Baixauli pone en boca del padre viudo que sufre por la deriva de su hijo adolescente en la premiada novela Cavall, atleta, ocell (Periscopi): “Els pares volem molt més els fills que no al revés. Així és la vida, i així cal que siga”.
