De niño, detestaba la violencia. Tras dejar de ser un adolescente, abominé de las armas, las guerras y admiré, como muchos, los métodos no violentos de Mahatma Gandhi. La primera pintada en época universitaria la realicé junto a otros compañeros en contra de la guerra de Vietnam en un muro del barrio de Gràcia. Mi mejor trabajo en Derecho Político fue investigar y describir la revolución cultural china de los sesenta, a la que definí como masacre para acabar con cualquier disidencia.
Tras la universidad, participé junto a miles de jóvenes en una mutación cultural sin violencia que no triunfó, pero sí inició el cambio de muchas mentalidades en favor de la sexualidad libre, la ecología, el feminismo, el antirracismo, la laicidad y el fin del servicio militar obligatorio.

En definitiva, formo parte de una importante masa de población que, en varias ocasiones, hemos participado en marchas y protestas en favor de detener diferentes guerras en Oriente Medio, en la ex-Yugoslavia, contra el genocidio de Ruanda, contra la invasión de Ucrania y contra la masacre de Gaza.
Como muchos otros conciudadanos en estos días, entre los más oscuros de los ya vividos, pienso que hay que ser sensato, aunque ni timorato ni pasivo ni escurridizo. La Unión Europea y el Reino Unido ya no estamos protegidos por el paraguas nuclear disuasorio de Estados Unidos, cuando, en el este de Europa, manda el ruso que más se parece a Stalin desde 1953. Merece la pena recordar el Holodomor, como advertencia. La colectivización de la tierra decretada por Stalin entre 1930 y 1933 impuso requisar el trigo y el grano. Al carecer de semillas, los campesinos no pudieron plantar cereal para la siguiente cosecha, lo que causó la muerte por hambre de entre cuatro y seis millones de ucranianos. Stalin fue más duro en este territorio por ir en contra del nacionalismo ucraniano.
Europa debe apostar por la ciberseguridad, por el desarrollo de una industria e inteligencia militar propias
Si el dictador ruso logra la rendición total de Ucrania con ayuda del presidente estadounidense, saltándose todos los acuerdos internacionales, desoyendo a la ONU y con una Europa que no puede ser respetada ni temida por carecer de un armamento integrado, los países bálticos, Moldavia, Georgia y Finlandia pueden ser invadidos al modo ucraniano. Putin no esconde el deseo de recuperar el imperio de Stalin y desestabilizar esa Europa con prensa libre, elecciones limpias y un Estado de bienestar en marcha.
Los ciberataques no solo se han producido para alterar los procesos electorales de Georgia, Italia, el Reino Unido, Rumanía y Alemania. Existen sabotajes en las redes de comunicación bajo el mar Báltico, ciberataques en centros de poder europeo, en hospitales, en universidades, en las líneas de abastecimiento y campañas de desinformación. En paralelo, Trump inicia la guerra de los aranceles y se declara adversario de la democracia y de los derechos sociales de las sociedades democráticas europeas. Los apoyos al populismo por parte de Elon Musk van en sintonía.
Me cuesta comprender cómo una parte de la izquierda no afronta estos cambios radicales que alteran cualquier relato y muestran a las claras una evidencia: la dependencia tecnológica y militar de EE.UU. y la productividad china en chips y semiconductores ya no sirve para la democracia. La Unión Europea vive entre dos autoritarismos imperialistas que niegan el Estado de bienestar, la separación de poderes y la democracia liberal: Rusia y Estados Unidos.
Europa, en un tiempo lo más breve posible, tal como consiguió con la moneda única y la supresión de las fronteras, tiene la oportunidad de apostar por la ciberseguridad, por el desarrollo de una industria e inteligencia militar propias, por la tecnología y la creación de satélites de vigilancia, de protección y de comunicación integrados en una nueva unión de seguridad que diluya los ejércitos nacionales, desarrolle las industrias más avanzadas y unifique las compras de materiales. Apostar por servidores europeos y por una inteligencia artificial creada y regulada por leyes europeas implica modernizar nuestro sistema productivo y acabar con la decadencia.
Merece la pena no olvidar que la internet que conocemos fue un desarrollo militar de EE.UU., ahora controlado por multimillonarios como Elon Musk. Hay que inventar alternativas y dejar de vivir de las rentas de un protectorado obsoleto.