Vaya por delante que deseo lo mejor a Mireia y le deseo sobre todo que pueda disponer de los recursos (privados o públicos) que le permitan cuidar de sus hijos y proporcionarles lo que necesiten.
Mireia es una vecina de Torelló que ha captado la atención a través de las redes sociales explicando que hace unos meses su pareja sufrió una muerte súbita y no se le reconoce el derecho a la pensión de viudedad. Vivían juntos, tenían dos hijos de ocho y doce años y nunca se habían casado ni registrado como pareja.
Su caso ha despertado de nuevo voces que consideran que las parejas de hecho deberían poder tener los mismos derechos que los matrimonios, sin necesidad de haberse inscrito en ningún registro. En cambio, en este tiempo de pluralidad de familias y modos de vida, poco se habla de hasta cuándo tendrá sentido mantener la pensión de viudedad como un derecho para todas las personas que han perdido a su cónyuge.

Esta prestación tenía todo el sentido en un contexto en que la normalidad eran las parejas que duraban toda la vida y en que todos o la mayor parte de los ingresos venían de un solo cónyuge (el hombre), mientras que la mujer o no tenía ingresos (o los tenía mucho menores). En ese contexto, en la mayoría de casos, la muerte del hombre comportaba que la viuda se quedaba sin los recursos necesarios para llevar una vida digna y justificaba la pensión.
No siempre la muerte de uno de los cónyuges supone un descalabro económico para el que le sobrevive
Hoy en día la situación es diferente y no siempre la muerte de uno de los cónyuges supone un descalabro económico para el que le sobrevive. Todos conocemos casos de pensiones de viudedad que llegan años o décadas después de que la pareja se separara, incluso cuando ya hace tiempo que se convive con otra persona. Y sabemos de viudos y viudas de un alto nivel económico que cobran la pensión sin apenas notar el cambio en sus cuentas corrientes. Pensionistas que ni tienen hijos por criar, ni necesidades económicas que justifiquen recibir una prestación. Que solo debido a que un día se casaron, ahora reciben una ayuda que podría ser más útil a personas solas que tienen dificultades para salir adelante, con o sin hijos.
Algún día habrá que hablar de si no sería mejor que ese dinero se diese a quien lo necesita. Hay tantas cosas que revisar en nuestro sistema de bienestar (quién debería pagar más o menos impuestos de los que paga, quién debe beneficiarse de exenciones, qué ayudas tienen o no tienen sentido), que es complicado decidir por dónde empezar. Sobre todo cuando muchos partidos políticos priorizan el electoralismo a corto plazo en el bien común y los nuevos neocon están al acecho. Pero, si algún día ponemos manos a la obra, este es un tema en que pensar, aunque hablar de ello no sea nada popular.