Llevamos años diciendo que el excomisario José Manuel Villarejo no tiene credibilidad. Que no es una fuente fiable. Que lo suyo son las cloacas, las mentiras, los pen drive misteriosos e imposibles. Y es verdad. Pero uno ve a Cospedal y a Sánchez-Camacho declarar en la comisión del Congreso y empieza a pensar que, puestos a desconfiar, igual hay que repartir la desconfianza un poco mejor.
Porque lo de estas dos políticas es de manual. El “no me consta” de Cospedal empieza a tener valor patrimonial, una marca personal. De hecho hay perfumes menos reconocibles. Lo suelta con una tranquilidad tan firme que uno piensa: o es una actriz genial o realmente ha conseguido vivir su vida política sin enterarse de nada. Esto segundo sería preocupante; lo primero, de Goya.

Lo de Sánchez-Camacho también tiene su mérito: ha conseguido olvidar todo lo que pasó en una etapa clave de su vida política. Cada pregunta iba seguida de un gesto de esfuerzo como si buscara las llaves en un bolso demasiado hondo. La amnesia como forma de autodefensa. A este ritmo, en la próxima comparecencia, le preguntarán por su nombre completo y pedirá consultarlo con su abogado.
El “no me consta” de María Dolores de Cospedal empieza a tener valor patrimonial
Y entonces uno se piensa que si Villarejo es un mentiroso, ¿cómo llamamos a las que compartían estrategia con él y ahora dicen que no sabían nada? ¿En serio nos vamos a tragar que todo es una invención suya, pero justo las que salían en los audios no tienen ni idea de lo que pasaba? Porque la voz que suena es la de Cospedal.
La política tiene estas cosas. La credibilidad se concede como quien reparte bombones: al que cae bien, se le cree. Al que huele raro, se le entierra. Pero a veces, con perdón, apestan todos. Todo parece una reunión de antiguos alumnos de Hogwarts en la que nadie recuerda haber hecho magia.
Y mientras tanto, ahí las tienes: negándolo todo con cara de “yo solo pasaba por allí”. Como si en lugar de estar en una comisión del Congreso, las hubieran pillado en una fiesta a la que fueron “porque las llevó una amiga” o como si hubieran entrado en la sede del PP de la calle Génova una tarde por error, buscando un Zara.