Desde que falleció Copito de Nieve en el 2003 –tus viudas no te olvidan–, Barcelona estaba huérfana de un animal icónico, emblemático o incluso sistémico que proyectase al mundo nuestros valores. Tan larga espera ha concluido y hoy podemos gritar: ¡vivan los patos de la Ricarda!
Nadie ha visto los patos más mimados del mundo, pero todos sabemos que simbolizan la resistencia a la ampliación del aeropuerto, a las pistas de aterrizaje, a los turistas de Glasgow, a los viajantes chinos y a las gangas del duty free. A todo cuanto nos da de comer.
Resulta surrealista que Madrid nos persiga para poder mejorar el aeropuerto
Ya sabemos del brillante porvenir que tienen Barcelona y Catalunya a sus espaldas. El interrogante es qué quiere ser de mayor Catalunya, porque ese es el trasfondo de la ampliación del aeropuerto de El Prat: una infraestructura con empuje – empenta – o un símbolo del deporte nacional de la cuadratura del círculo.
Lo queremos todo. Y como eso no puede ser y además es imposible, nos dedicamos a debates interminables, contradictorios y paralizantes. Todo el mundo que progresa trata de mejorar sus aeropuertos. ¿Todo el mundo? ¡No! Barcelona es la aldea gala, allí donde cuando el Estado ofrece inversiones se quejan los patos, vocifera la cofradía del santo reproche –¿y Rodalies qué? ¿y la casa Gomis de la Ricarda (un chalet interesante adquirido a precio de oro por Urtasun para chinchar)?– y rezongan los que prefieren tener agravios a tener soluciones.
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Resulta surrealista que Madrid nos persiga para poder ampliar el aeropuerto de Barcelona, mientras vivimos protestando porque Madrid tiene más vuelos o más inversiones. ¡Vendrán más turistas! Y más catalanes podrán viajar a ver mundo –una afición muy practicada– o a vender tecnología... ¡No respiraremos aire puro! Como si no fuésemos los reyes de las segundas residencias. ¡Ya tenemos aeropuertos –muertos de asco– en Girona, Reus y Lleida! Eso, corrijamos errores con errores: creación de nuevas líneas de tren para llegar a Barcelona que agraven el caos ferroviario y hagan perder más tiempo a los viajeros... Y, sobre todo, nada de tomar decisiones. Mejor marear la perdiz.
