“Fuimos a su piso a seguir la conversación. No quería que pasara nada y se lo dije antes de salir del restaurante. En su piso me tomó a la fuerza. Yo gritaba, él subió el volumen de la tele”.
“De fiesta en el pueblo, me lié con un chico. Fuimos a un sitio más tranquilo, le dije que no quería más que besos y cuatro toqueteos. Él me empujó, se bajó los pantalones y se sentó encima de mí diciéndome que se la chupase”.
“Una noche nos invitaron a la azotea del hostel y acabé con el chico de la recepción. Nos liamos, me llevó a una habitación y me penetró analmente a la fuerza”.

Son testimonios anónimos publicados en el Instagram de Cristina Fallarás. Los traigo porque explican muy bien lo que algunos parece que no entienden. ¿Por qué una chica entra con un chico, Dani Alves en este caso, en un lugar tranquilo? Porque quiere sexo con él. Sexo, no que él la tire al suelo, la golpee cuando ella intenta huir y la penetre a la fuerza.
Se dice que su relato lo contradicen las cámaras. Pero las cámaras solo grabaron antes (cuando ella bailaba con Alves, lo que ha pesado mucho en que el TSJC anulara la condena) y después (cuando salió llorando, con un ataque de angustia y estrés postraumático, algo corroborado por camareros, mossos, un psiquiatra…). En el lavabo no había cámaras. No suele haberlas allí donde se encierran las parejas.
Siempre será una palabra contra otra. Alves cambió cinco veces de versión, ella siempre contó exactamente igual lo sucedido en el lavabo. Por supuesto, hay que respetar la presunción de inocencia de él, pero ¿no hay que otorgarle a ella la de veracidad? ¿No hay que tener en cuenta todo lo que sabemos del contexto? Ese que describen miles de testimonios de mujeres anónimas que no tienen nada que ganar. El que recogen los estudios sociológicos: los delitos menos denunciados, en todo el mundo (8% del total, en el caso de España), son los sexuales. Las víctimas callan por vergüenza (25%) o temor a no ser creídas (21%). “Los estándares probatorios exigidos para superar la presunción de inocencia en los delitos sexuales son tan elevados”, señala la jurista Altamira Gonzalo –ella lo atribuye a la falta de formación de la judicatura en materia de igualdad–, “que disuaden a las víctimas de denunciar”.
Nos prometieron que con la ley del solo sí es sí, se pondría el consentimiento en el centro. Pero no nos dijeron cómo se podría demostrar si se pone en duda la palabra de la víctima hasta cuando es tan coherente y convincente como esta. Porque la violencia sexual suele suceder en lugares donde, por definición, no hay cámaras.