Felipe II y Catalunya

La Fundación Noguera ha editado un libro –Catalunya i l’Armada Invencible. L’aportació catalana a l’empresa d’Anglaterra (420 páginas)– del historiador Ferran Pérez Gómez. Su propósito se enmarca en este párrafo: “La Empresa de Inglaterra (…) significó la movilización de recursos diplomáticos, militares, comerciales e, incluso, religiosos para conseguir un único objetivo: derrocar a Isabel ­Tudor. Y en todos estos recursos hubo, de una manera u otra, implicación catalana”. Pero lo que me interesa destacar es un tema marginal, al que se dedica un capítulo del libro: la relación de Felipe II con Catalunya. Dice el autor que debe contemplarse alrededor de dos ejes: el personal y el político-institucional.

En el personal, “tuvo un papel relevante la familia Zúñiga-Requesens, y más concretamente, Estefanía de Requesens y su hijo Lluís, que fueron muy importantes para (Felipe) en el terreno afectivo”. Estefanía de Requesens, hija única de Lluís de Requesens, barón de Molins de Rei, conde de Palamós y gobernador general de Catalu­nya, nació hacia 1504 y vivió con su madre viuda en el Palau Reial Menor y en la residencia de los Requesens en Molins de Rei.

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Xavier Cervera

Casada en 1526 con un noble castellano–Luis de Zúñiga–, fue a vivir a Madrid en 1534. Poco después, Zúñiga fue nombrado preceptor de Felipe, quien pasó a compartir el día a día con Lluís, el primogénito de los Zúñiga-Requesens, conocido, con el apellido de la madre, como Luis de Requesens, por ser el primogénito de una pubilla y de acuerdo con los capítulos matrimoniales de sus padres, que así lo pactaron para que no se perdiera el linaje Requesens.

A partir de entonces, los dos niños –Felipe y Lluís– se hicieron amigos, compartiendo educación y juegos. Estefanía fue una segunda madre de Felipe, a la que este mostraba más cariño que a la suya, Isabel de Portugal. Estefanía, viviendo todavía en Barcelona, crio a Lluís en catalán; y se sabe que Felipe lo entendía y que tenía libros en catalán en su biblioteca.

Estefanía de Requesens fue una segunda madre para el monarca

En la educación de Felipe y Lluís tuvo un papel destacado el humanista Joan-Cristòfol Calvet de Estrella, nacido en Sariñena (Huesca) y criado en Sabadell. Pasados los años, siempre que Felipe estaba en Barcelona, se alojaba en la casa de los Requesens, el Palau Reial Menor. Esta relación perduró, siendo continuados los servicios que Lluís de Requesens cumplió para la Corona española, hasta llegar a ser nombrado lugarteniente de Juan de Austria, hermanastro de Felipe, en la represión de la revuelta morisca de La Alpujarra y en la batalla de Lepanto. La última misión de Requesens fue el difícil cargo de gobernador de los Países Bajos, y murió en Bruselas en 1576.

Otro de los vínculos de Felipe con Catalunya fue la devoción a la Virgen de Montserrat. En 1585, Felipe y su familia permanecieron en Montserrat cuatro días. Y en su dormitorio de El Escorial había libros sobre Montserrat. Su devoción a la Moreneta era tal que, en su lecho de muerte, pidió que le llevaran su imagen. Y también la reflejó en su testamento con un legado.

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La relación de Felipe con Catalunya en el ámbito institucional fue más compleja, si bien confiaba en los catalanes tanto o más que en otros súbditos. La prueba de ello es que puso en lugares de suma importancia a catalanes como Guillem de Santcliment, Guerau d’Espés, Hug de Montcada y Joan de Cardona. Cierto que solo convocó las cortes de la Corona de Aragón tres veces: en 1564, 1585 (en la que se reguló la legítima catalana) y 1592. Pero Felipe nunca pensó en derogar los fueros de los reinos no castellanos. Incluso dijo: “Bien mirado, (estos) fueros me proporcionan más libertad de acción de lo que la gente cree”.

En lo que Felipe no cedió, haciendo caso a Mendoza, su embajador en Génova, fue en que los consejeros barceloneses restablecieran un cónsul catalán en Génova, teniendo en cuenta que ya había “un cónsul general para todos los súbditos de Vuestra Majestad”, como le decía Mendoza. Fue Felipe III quien accedió a nombrar un cónsul para los catalanes en Génova. Parece como si no hubiera pasado el tiempo.

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