China y el desequilibrio con España

El mundo vive días de turbulencia desde la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca. No sólo ha desconcertado a propios y extraños con la imposición de aranceles a mansalva sino que ha dinamitado las formas de las relaciones diplomáticas. En ningún lugar está escrito que la aspiración a ejercer de sheriff global exija la falta de respeto. Estas observaciones vienen a cuento de la amenaza vertida por Washington al Gobierno de Pedro Sánchez a propósito de su gira asiática que culminó ayer con el encuentro con Xi Jinping en Pekín. Decir que acercarse a la República Popular China es “cor­tarse el cuello” contraviene la buena costumbre diplomática. De ahí la afirmación ayer en Pekín del presidente español de que su visita “no va contra nadie. Va en defensa del orden multilateral y del libre comercio”. Una forma de resistencia a los tics polarizadores del presidente Trump.

España mantiene una relación histórica magnífica con la República Popular China y no hay razones para cortarla en seco, porque se trata de vínculos que van más allá de los gobernantes coyunturales (habría que recordar a la Casa Blanca que la España franquista estableció relaciones diplomáticas con Pekín, allá por 1973, a instancias precisamente de Estados Unidos).

A diferencia de otras potencias coloniales del siglo XIX, España no participó en las humillantes incursiones en China, saldadas con tratados desiguales –véase las guerras del opio–, ni quiso sacar tajada del desmoronamiento del Imperio del Centro. Esa premisa ayuda a enmarcar las relaciones excelentes, como ya dejó claro la visita histórica de los Reyes a China en junio de 1978, recibidos con una calidez superior a la habitual, justamente en el año que el gigante asiático empezó a abrirse tras décadas de maoísmo.

No hay razón para cortar una relación tan buena y prolongada como la de España y China

El que fue líder chino Hu Jintao firmó en Madrid en el 2005 la Asociación Estratégica Integral con España, que ha reforzado los vínculos en todos los ámbitos y ha elevado a 600 el número de empresas españolas implantadas en China. De esta forma –y de nuevo “sin ir contra nadie”–, nuestro país ha logrado ser dentro de la UE un interlocutor privilegiado con China. Tener puentes entre dos grandes bloques es mejor, sensiblemente mejor, que no tenerlos. O que tenerlos y dinamitarlos. Lamentablemente, la atmósfera internacional se acerca más a las voladuras que a la cooperación por un mundo justo, seguro y próspero.

Los dos mandatarios coincidieron en su diagnóstico de que “no hay ganadores en una guerra comercial”. Sin embargo, este axioma no invalida el objetivo del Gobierno de que la relación comercial entre China y España sea más equilibrada y equitativa. En el 2022, el déficit comercial con China ascendió a 41.369 millones de euros, un 61% del déficit total de España con el resto del mundo. Y en el 2024 las cifras fueron de 45.000 millones de euros frente a los 7.400 millones de las exportaciones españolas. De ahí que el presidente Pedro Sánchez abogase ayer ante su poderoso interlocutor por una “relación sólida y equilibrada”. Lo primero es palmario e incuestionable –basta ver el mantenimiento de la visita pese a las señales de desagrado y amenazas lanzadas por Estados Unidos–; lo segundo, en cambio, está lejos de la validez.

Pekín debería entender que determinados desequilibrios no son saludables para sus propios intereses y suministran argumentos a los seguidores del presidente Trump y quienes –y no son minoría– se quejan de determinadas prácticas chinas que terminan por desvirtuar las leyes de la economía y el comercio. Si China quiere mostrarse como un socio fiable y con vocación de agente responsable en el mundo –justo cuando Estados Unidos está haciendo lo contrario, para desconcierto de todos– debería corregir desequilibrios como el que presenta su comercio con el Reino de España.

La relación es sólida pero no equilibrada: China supone el 61% del déficit de España con el mundo

La etapa china ha cerrado una gira asiática del presidente español que no debería provocar controversias domésticas. Hacerlo equivaldría a percibir Extremo Oriente como un simpático y exótico destino para hacer turismo cuando es hoy la región más dinámica del mundo. Todo lo que refuerce la relación y la presencia de España es positivo. Que Asia haya entrado en el mapa mental y comercial de nuestro país es un acierto de todos, con especial reconocimiento a las empresas que tanto han trabajado y trabajan para hacerse hueco en unos mercados nada fáciles.

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