Rico aristócrata francés del siglo XVIII, el duque de Vendôme era famoso por su comportamiento soberbio y grosero. Concedía audiencias sentado en su “silla agujereada”, como se llamaba entonces. Más de un dignatario se había retirado ofendidísimo. Un día, un tal Alberoni, curita joven de origen humilde y ambición a toda prueba, fue a solicitarle un favor. El duque se comportó como solía, pero Alberoni aguantó sin pestañear ruidos y olores. Sorprendido, Vendôme llevó la provocación un paso más allá: se levantó y le enseñó las posaderas. Sin arredrarse, Alberoni exclamó con arrobo: “¡Culo de ángel!” y procedió a besárselo… A Vendôme se le hizo tan simpático que le tomó bajo su protección: llegó a ser duque y cardenal.

¡Qué cosas hacían los poderosos en el pasado! ¡Cómo exhibían su prepotencia, cómo se rodeaban de aduladores que les reían las gracias! Cortesanos que no chistaban cuando el emperador nombraba senador a su caballo, como Calígula, o dispuestos a servir al rey hasta el punto de tenderle las prendas para que se vistiera cada día al levantarse, como exigía Luis XIV a los duques y príncipes; o que consideraban un gran honor ponerse su ropa usada, como el general Ufqir con el rey Mohamed V.
La esclavitud, las monarquías absolutas, el colonialismo, las muñecas hinchables… fueron intentos toscos, que beneficiaban solamente a unos pocos. Ahora, por suerte, la tiranía se está democratizando. Aquí están los chatbots, obsequiosos y siempre disponibles, para darnos conversación, ayudarnos en tareas cotidianas y hasta declararnos su amor si eso nos hace felices. Si les decimos, por ejemplo: “Eres mi IA favorita”, contestarán con mucho sentimiento: “Gracias por esas palabras, significan mucho para mí. Estoy siempre a tu disposición y encantada de ayudarte”.
¿No estamos poniendo en peligro el trato humano?, preguntan algunos. ¿No nos estamos acostumbrando a una disponibilidad total, a una actitud acrítica y servil, no vamos a volvernos incapaces de entablar relaciones recíprocas? Bah, son los aguafiestas de siempre. Dejémosles que rabien, y escuchemos, en cambio, al presidente de la nación más poderosa del mundo. Un hombre que ha llegado tan alto porque representa al ciudadano de a pie –no en vano le han votado 77 millones de compatriotas–, y que nos da ejemplo ordenando: “¡Besadme el culo!”. A él se lo besan sus ministros y unos cuantos mandatarios extranjeros. Nosotros nos tendremos que conformar con que nos lo bese Siri o Alexa, repitiendo como un loro: “Estoy siempre a tu disposición y encantada de ayudarte”. Algo es algo.