Sentado en el autobús, veo junto a la puerta de salida a un chico con una cadenita en el cuello de la que cuelga una discreta cruz. Me llama la atención que muestre de modo tan visible su fe. O simplemente que la muestre. ¿Es tanta su convicción? Ayer por la tarde recibí a un antiguo estudiante que dijo haberse “convertido al catolicismo”. Un joven barcelonés como él ¿“convertido” al catolicismo? Oírlo me transportaba al pasado: la fe, la religión. Al llegar a casa, mi hija Casilda me dice que un anterior compañero del colegio ha decidido estudiar Teología para hacerse cura.

Yo ahora vuelvo a observar al joven pasajero del autobús y casi estoy a punto de preguntarle: “Perdone, ¿es usted seminarista?”. Bien, estábamos en los días de la Semana Santa y la cosa religiosa parece resistirse a desaparecer en nuestra sociedad evidentemente secularizada. Es esta una semana para el turismo, como Navidad lo es para las comidas y los regalos.
Pero hace poco estuve en Málaga y me enteré de que en la ciudad existen más de sesenta cofradías que sacan a hombros las imágenes de Cristo y de la Virgen hasta desfigurarse las cervicales. Mi anfitrión, descreído, me dijo durante la cena que eso no quiere decir que los costaleros sean unos creyentes “de verdad”. “Es igual –dice otro en la mesa–, si cargan con el Cautivo tantas horas es que fe tienen”.
Entonces yo fui a ver a ese Cristo, al otro lado del río, y el más venerado de la hoy modernísima Málaga. Aun siendo de mañana, se encontraban distintas personas orando de pie ante la imagen. De vuelta a Barcelona, sucede que me llaman en directo de la radio para preguntarme si considero ético que en el calendario oficial español haya tantas fiestas de origen católico. “Estamos en un país plural, ¿no habrían de desaparecer, profesor?”.
Asunto complicado. Este no es un Estado católico, pero tampoco es laico: es, oficialmente, “aconfesional”. “Pero la mayoría de la gente no va a misa ni se dice católica”, alguien replica. Cierto, pero llevan a sus hijos a colegios y universidades que se dicen cristianos. Hasta en los pueblos los vecinos quieren seguir oyendo las campanas por la noche. Y no se les ocurra a nuestros munícipes tocar las fiestas patronales ni al Congreso remover las fiestas del calendario, aunque casi nadie celebre su significado religioso. Sí, España es un país cada vez más plural. Lo cual hace que mientras uno observe y respete a las otras confesiones se dé cuenta de que la suya tiene tanto derecho a existir como las demás.