Internet era un espacio de contenidos públicos y correos privados que con las redes sociales se convirtió también en un espacio de conversaciones públicas y contenidos ciudadanos. Todo tipo de conversaciones, del mismo modo que antes había todo tipo de contenidos. Las herramientas principales habían sido el correo electrónico y los buscadores para encontrar webs, y se añadieron una retahíla de plataformas sociales que ofrecían espacios relacionales. Internet dejaba de ser solo un banco de recursos para convertirse también en un espacio de actividad. Todo tipo de recursos y todo tipo de actividades, unas mejores que otras, unas maravillosas y otras insoportables, como en la vida real.

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La internet de las conversaciones y las opiniones encontró su modelo de negocio en la publicidad y eso pedía grandes audiencias. Meta es la propietaria de servicios como Facebook con 3.000 millones de usuarios en el mundo, WhatsApp con 2.800 millones e Instagram con 2.500 millones. Alphabet es la propietaria de YouTube con 2.500 millones de usuarios, Gmail con 1.800 millones, Google Maps con 1.000 millones y, sobre todo, el buscador Google con 4.000 millones de usuarios y una cuota de mercado cercana al 90%. La publicidad digital generará este 2025 unos 700.000 millones de dólares, y el 50% se concentrará sólo en Meta y Alphabet. Una internet masiva y gratuita en la que la manera de ganar dinero roza el monopolio.
Ante tanto servicio gratuito, la ciudadanía ha estado mucho tiempo esquivando las propuestas de pago
Ante tanto servicio gratuito, la ciudadanía ha estado mucho tiempo esquivando las propuestas de pago. Servicios como la prensa se han desangrado intentando ofrecer gratis sus contenidos en internet y a la vez cuadrar los números con publicidad, pero la cosa nunca ha funcionado en parte por el abuso de Meta y Alphabet, que han apretado tanto que han obligado a este y al resto de sectores a buscar alternativas.
Internet está volviendo a cambiar. Se acentúa la tendencia hacia la personalización, ya no a partir de lo que decimos sino de lo que hacemos, ya no de acuerdo con nuestras opiniones sino según el montón de datos que generamos de manera inevitable. Aumenta, y mucho, la simplicidad en el uso: le puedes decir a Spotify que te recomiende canciones, generar una imagen solo explicando de viva voz lo que quieres, y tener una conversación con ChatGPT para preparar la ruta de tus vacaciones. Pero, sobre todo, internet está dejando de ser gratuita. El modelo de negocio se mueve descaradamente hacia las cuotas de suscripción. Estamos en un punto de inflexión, de Google a ChatGPT. De una búsqueda gratuita que te da una lista de enlaces poco personalizada, a una conversación personal que te acompaña, pero de pago.
Internet va camino de ser más intuitiva y personalizada, pero no gratis: 23 euros al mes por usar ChatGPT, 12,99 euros por Netflix (5,99 con anuncios), 10,99 euros por Spotify, 99 euros al año por leer en línea La Vanguardia. Y entre 30 y 40 euros al mes para que una operadora te dé acceso a la red. Internet vuelve a cambiar, y será de pago.