Silencioso como un torpedo submarino, afilado como un cuchillo lanzado a la diana, aparece de improviso mientras cruzas el paso de peatones o cuando doblas la esquina, a menudo a un palmo de tu tobillo desnudo, a menudo rebasando el límite de velocidad, a menudo incumpliendo varias normas (dos personas sobre el artefacto, sin casco, sin seguro, mirando al móvil)... El bólido satánico es tu pesadilla. Pero no solo la tuya. Temen al bólido personas con poca movilidad, madres con niños, humanos de todas las edades cuyo único reducto para caminar eran las plazas, las ramblas, las aceras y las calles peatonales donde ahora cada dos por tres un patinete hace slalom entre los viandantes.

Y la queja no es solo de los peatones. Los motoristas se preguntan por qué han de asumir el riesgo de ir por la calzada mientras los patinetes invaden los espacios peatonales. Los ciclistas también se sienten inseguros dadas las modestas dimensiones de los carriles bici. Los usuarios de patinete que cumplen las normas se sienten como los amos de perro que recogen las cacas: son estigmatizados por culpa de los bárbaros consentidos.
El patinete eléctrico podría ser un medio de transporte formidable si el problema se hubiera controlado desde su aparición. Pero la normativa ha sido caótica, a menudo indescifrable, muy dispar entre ayuntamientos. La edad, por ejemplo: 14 años en mi población. ¿Qué tiene de racional fomentar que un adolescente decida no caminar 40 minutos hasta el instituto porque prefiere levantarse más tarde y llegar en 10? ¿Qué tiene de saludable, si los mismos que fomentan tal despropósito promueven campañas contra la obesidad y el sedentarismo?
El patinete eléctrico podría ser un medio de transporte formidable si el problema se hubiera controlado desde su aparición
¿Qué tiene de ecológico, cuando el joven que anda no consume combustibles fósiles, no necesita baterías altamente inflamables y hasta, en último caso, es biodegradable? Las normativas, además de caóticas, parecen mantenerse en secreto en algunos municipios, donde no se ve una sola campaña divulgativa sobre los deberes de los usuarios. En esos mismos municipios tampoco son habituales las campañas sancionadoras, que, por cierto (como demuestran las ciudades que sí han conseguido resultados), son el método mejor para disuadir a los incívicos. Por ahora, solo procrastinación.
Para cuestiones tan obvias como la prohibición del patinete en el transporte público (ahora definitiva en nuestra comunidad) se necesitaron varios incendios. ¿Cuántos arrollados se necesitan para justificar una campaña efectiva contra el salvajismo patinador?