No se resignaba a ser calvo, ya que más de una vez había comprobado que esta desgracia provocaba la irrisión de sus detractores”. Julio César llevaba fatal ser calvo y dedicaba largas horas de tocador a arreglar sus escasos cabellos y a disimular sus entradas. Según el historiador romano Suetonio, hasta tal punto llegaba su complejo que solicitó del Senado –y obtuvo– el permiso para llevar permanentemente la corona de laurel, ¡con la que disimulaba el poco pelo que tenía! Se tendía a asociar la calvicie con la vejez, y esta con una disminución en la actividad sexual. Aunque esto no era así en el caso de César, que era muy fogoso.
Marcial, que era tremendo, decía con retranca: “Los romanos llevan los zapatos en la cabeza”. ¿Qué quiere decir? Los romanos usaban la piel de cabra o cabrito tanto para elaborar calzado como para fabricar la base de las pelucas, de ahí la ironía de Marcial. A un tal Marino, que llevaba peluquín, lo satiriza con dureza: “Marino, ¿por qué no afrontas tu edad con franqueza? No hay nada más feo que un calvo con rizos”.
¿Qué prefieres, tener pelo... O tener erecciones?, ¿melena brillante o pensamientos oscuros?
La calvicie les preocupaba, y mucho. Ha sido una obsesión común a todas las civilizaciones desde la antigüedad, que persiste en la actualidad. El pelo tiene una enorme carga simbólica, no hay más que recordar a Sansón. Durante miles de años la humanidad se ha ido apañando hasta que en los años noventa se descubrió el finasteride, recetado inicialmente para la hiperplasia benigna de próstata, pero pronto se hizo popular por un efecto secundario: detenía la caída del cabello. Un comprimido milagroso que algunos hemos tomado para no parecer senadores romanos en pleno declive capilar. Eso fue antes de los viajes a Turquía y las clínicas de implante de pelo que compiten con las peluquerías caninas.
Pues bien, la semana pasada se hizo público que la Agencia Europea del Medicamento ha advertido de que el finasteride puede tener efectos adversos bastante menos épicos que la calvicie: desde la caída de la libido hasta pensamientos suicidas. Y ahí está el dilema: ¿qué prefieres, tener pelo... O tener erecciones?, ¿melena brillante o pensamientos oscuros? La disyuntiva es clara: o eres calvo y feliz, o eres melenudo pero tienes disfunción eréctil. Una ecuación digna de los estoicos como Séneca. En fin, que uno toma finasteride buscando parecerse a Pedro Sánchez –con buen pelo, Mister Handsome, “un hombre profundamente enamorado” (¿de sí mismo?)– y acaba sintiéndose como un personaje secundario, triste y de castidad radical, de una tragedia de Eurípides. Una melena prometida a cambio de una libido vencida. Y así se consuma, con pelos y señales, la verdadera anatomía de una caída.
