A ninguno de los problemas que hoy tenemos planteados le encontraremos solución si no es sobre la base de grandes acuerdos sociales y políticos. Esto se podría predicar desde una visión global que se proyectara a todo el mundo. Pero es evidente cuando la referencia es Europa, o España, o Catalunya. Con una diferencia: cuanto más cerca está el escenario, más somos responsables. Sabemos lo que hay que hacer, pero no lo hacemos; o, en todo caso, no levantamos suficiente la voz para reclamar que se lleven a cabo las soluciones que todos estamos de acuerdo en señalar como necesarias y urgentes.
La necesidad nos pide acuerdos, pactos, coincidencias. Y es así como el acuerdo, la voluntad de pactar, se convierte en virtud. Hoy, pactar no sería señal de debilidad; es trabajar el progreso de todos y hacer de la convivencia el objetivo de un proyecto colectivo. Pactar, ponerse de acuerdo en grandes problemas, solo puede ser leído como una victoria al servicio de todos.
El otro día, con ocasión de las reuniones del Cercle d’Economia de Barcelona, se señalaba como conclusión que las incertidumbres que acompañan a nuestro presente solo podrán superarse desde la creación de un clima de confianza. Pues, desengañémonos, solo amplios acuerdos lo harán posible. Las circunstancias lo piden, es muy evidente que la polarización como excusa de la inactividad solo se traduce en más agravamiento de los problemas. La descalificación y el insulto pueden distraernos; algunos, incluso, lo encuentran divertido. Pero lo que es cierto es que la cómoda instalación en un clima de polarización solo lleva más polarización, más gravedad, más incertidumbres, más desconfianza en el futuro.
Poca convicción demostraremos al invocar la unión europeísta desde la confrontación local
Democracia, hoy y siempre, quiere decir aceptación del pacto como expresión de una voluntad de asegurar la convivencia y progreso. La transversalidad no es otra cosa que el reconocimiento de una sociedad plural. El Gobierno se hace más sólido cuando se abre al diálogo, al acuerdo, al pacto. Y la oposición se legitima más cuando, desde la discrepancia, encuentra los puntos de coincidencia que le permiten compartir una política de progreso. No siempre será fácil; ni siempre podrá ser posible. Pero muy a menudo la coincidencia fortalecerá las raíces de una sociedad convivencial.
Europa lo necesita. Pero poca convicción demostraremos cuando se invoca la unión europeísta desde la confrontación local. No podemos pedir a Europa que se fortalezca en los valores que la definen, si en nuestra casa, en casa de cada uno, no practicamos políticas parecidas a las que reclamamos fuera de casa. Dialoguemos y busquemos la paz y el progreso entre los europeos, pero renunciemos al ejemplo de cómo hay que hacerlo.
No habría que darle muchas vueltas más. Sin voluntad de entendimiento, esta no será. Y sin entendimiento los problemas se harán más complejos, las soluciones se alejarán, la confianza se diluye, la estabilidad institucional se pierde. No nos engañemos, esta vía es la que alimenta los planteamientos extremistas, porque ellos no rehúyen la polarización, ellos la buscan. El insulto sustituye al argumento; la descalificación simplifica la expresión de la discrepancia. Esto se está viendo cada día. Lo tenemos tan cerca que no nos permite invocar el desconocimiento.
Entenderse de tanto en tanto y puntualmente no está prohibido. No se renuncia a nada. No es menos ambición. Es, simplemente dar estabilidad a un progreso que, en caso contrario, se nos puede escapar. Y las grandes magnitudes macroeconómicas nos dicen que lo podemos hacer; que si lo hacemos iremos mejor. Que muchas incertidumbres se aclararán o que, en todo caso, no contribuiremos a consolidarlas. Ciertamente, tenemos necesidad de buscar escenarios de acuerdos. Y esta necesidad de darle respuesta se convierte en virtud. Otras veces lo hemos hecho y nos fue bien.
Seguramente, se podrá decir que todo suena muy tópico. ¡Que ya se sabe! Que lo difícil es cómo ponerse a trabajar en la dirección apuntada. Es cierto, pero la dificultad acompaña siempre a los grandes proyectos; nada importante es fácil. Y es por aquí donde aparecen los liderazgos fuertes; de los que no tienen miedo. Los que hacen de la necesidad virtud.
