“¿Se imagina usted una Europa sin España?”. Era una viñeta de Forges, de los setenta, creo, cuando nos preguntábamos, ansiosos, si nos admitiría la Unión Europea. Llevábamos décadas, bajo el franquismo, soñando con esos países “nord enllà, / on diuen que la gent és neta / i noble, culta, rica, lliure, / desvetllada i feliç”, como escribió Espriu. Nosotros, en contraste, habitantes de una “covarda, vella, tan salvatge terra”, nos sentíamos ciudadanos de segunda en el mundo, y tratados como niños por nuestros gobernantes, que nos censuraban los periódicos, decidían de qué se podía hablar y qué era “materia reservada”, nos cortaban las escenas “subidas de tono” en las películas…

Cuando salíamos al extranjero (nord enllà; al sur no le hacíamos el menor caso), nos parecía (con razón) que nos miraban por encima del hombro. ¿Nos admitirían alguna vez en el prestigioso club? El diálogo en la viñeta de Forges no era muy alentador: “¿Se imagina usted una Europa sin España?”, pregunta uno, como argumento irrefutable para nuestra admisión, y el otro, resignado y realista, contesta: “No: la veo”.
Alguna dirigente de izquierda dice: “Si quieren guerra, que vayan ellos”
El próximo 12 de junio hará cuarenta años que España firmó el tratado de adhesión a la Unión Europea. Pero tengo la impresión de que, de algún modo, no nos lo acabamos de creer. Es verdad que ya no despreciamos nuestro país como antes: hace tiempo que no oigo usar el argumento de “esto, en un país civilizado, no pasaría” (por ejemplo, que un responsable político que debería dimitir se niegue a hacerlo). Somos conscientes de que estamos mucho mejor, en términos económicos, políticos o de derechos sociales, que muchos de nuestros vecinos, y cuando viajamos nord enllà, ya no percibimos desprecio, sino a menudo admiración. Pero, así como Francia o Alemania sienten que son Europa y deben comportarse como adultos responsables, aquí noto una actitud, cuando las cosas vienen mal dadas, de “esto no va con nosotros”. En particular, cuando se trata de la guerra.
Por supuesto, puede haber muchos motivos para no participar en una guerra, no aceptarla, no armarse… Pero en España (no así en otros países), lo que asoma a veces es un “que se las arreglen los mayores”. Como aquel lema, ¿se acuerdan?, de “Déjenos en paz, señor Aznar”, o lo que dice ahora alguna dirigente de izquierda: “Si quieren guerra, que vayan ellos”. Es la actitud española que denunció Unamuno respecto a la ciencia: “¡Que inventen ellos!”, aplicada ahora a los conflictos bélicos. ¡Que guerreen ellos!