Uruguay es un país pequeño, de 3,4 millones de habitantes, incrustado entre Brasil y Argentina, los dos gigantes de Sudamérica. Pero esta semana ha dominado las noticias llegadas de aquel continente, debido a la muerte de Pepe Mujica, que lo presidió entre el 2010 y el 2015. Desde el sudafricano Nelson Mandela, fallecido en el 2013, quizás sea Mujica el presidente cuyo deceso ha producido más lamentos.
Con Mujica desaparece un tipo de mandatario hoy infrecuente, que leyó con más provecho a Séneca, Epicuro y otros estoicos que a Maquiavelo. Alguien tan partidario de la igualdad, la justicia y la sobriedad como ajeno al egoísmo y el rencor. Alguien capaz de decir cosas como “la política no es un pasatiempo, no es una profesión para vivir de ella, es una pasión para construir un futuro social mejor”... ¡y de obrar en consecuencia!

Este ideario, expresado con llaneza, hizo de Mujica una figura querida, y recordada por reformas como la legalización del aborto, el reconocimiento del matrimonio homosexual o la regulación estatal de la marihuana. Se dice menos, pero es igual de cierto, que la economía uruguaya creció en su etapa al 5,4% anual, que se redujo la pobreza, también el paro, y subió el gasto público. Y aunque le quedaron reformas pendientes, la popularidad de Mujica al retirarse superaba de largo el 50%.
¿De dónde salió Mujica? De sus lecturas. De su compromiso político, que le llevó a los Tupamaros y la lucha armada. De su talento para convertir, como Mandela, los años de cárcel y tormento en sensatez, bonhomía y concordia. Y de la semilla de su antecesor en la presidencia (1903-1907 y 1911-1915) José Batlle Ordóñez, también apodado Pepe y físicamente parecido: un político de raíces catalanas e inspiración krausista, marcada por la moral desinteresada del deber. “Yo no aspiro a nada para mí; solo aspiro a estar al servicio de mis compatriotas”, proclamaba Batlle.
Muchos políticos operan hoy, ya sin decoro alguno, priorizando sus intereses inmediatos. Pero no es eso lo que beneficiará a sus países, sino las presidencias que miran a lo lejos, ancladas firmemente en convicciones democráticas, solidarias y de progreso.