El Congreso de los Diputados dio el martes un primer impulso a la reforma de su reglamento de funcionamiento interno, encaminada a evitar que los pseudoperiodistas amparados por pseudomedios de información sigan perturbando la actividad en el Parlamento, particularmente sus ruedas de prensa, que boicotean con progresiva frecuencia. Dicho impulso se produjo el mismo día en que el portavoz socialista Patxi López, acosado por un pseudoperiodista, sufrió uno de tales boicots y tuvo que cancelar su comparecencia ante la prensa.
Dieron su apoyo a la reforma, que tras los correspondientes trámites parlamentarios aspira a acabar convirtiéndose en nueva ley, PSOE, Sumar, PNV, EH Bildu, Junts, ERC, Podemos, BNG y Coalición Canaria. Pero no se lo dieron los dos grandes partidos de derechas, PP y Vox. Los portavoces de ambas formaciones argumentaron que nunca respaldarían iniciativas que pudieran mermar la libertad de expresión (pese a que Vox veta la entrada a ciertos medios en su sede madrileña).
Diríamos que los partidos que se pronunciaron a favor de esta reforma tampoco desean coartar la libertad de expresión. Pero sí discernir entre esta y el ataque al derecho a la información que tienen todos los ciudadanos, y que se ve menoscabado por la acción de los agitadores que lo torpedean.
El Congreso emprende la reforma de su reglamento para poner coto a los agitadores ultras
La Asociación de Periodistas Parlamentarios ya ha hecho pública una declaración en defensa de su profesión, considerada no como un arma de agitación ultra, sino como lo que en buena lid es: una defensa del derecho a la información de la ciudadanía, obtenida con respeto a los códigos deontológicos periodísticos. En la misma línea, el Parlament de Catalunya y el Consell de la Informació de Catalunya firmaron la semana pasada un convenio para proteger el buen ejercicio del derecho a la información en la Cámara catalana. Es obligado distinguir entre la información veraz y el discurso del odio.
El fenómeno protagonizado por los perturbadores pseudoperiodísticos no es nuevo, y debería haber sido atajado con mayor diligencia por los políticos que representan al conjunto de la sociedad. Poco después de la pandemia se abrieron canales en redes audiovisuales donde agitadores de extrema derecha criticaban al Gobierno, a menudo basándose en bulos y falsedades. Desde entonces, este tipo de figuras han proliferado, han conseguido pases como informadores parlamentarios y han ganado cierta fama. Tienen nombres propios y currículos en los que aparecen antiguas ocupaciones, como asesores de Vox o candidatos europeos de la formación del también agitador Alvise Pérez, así como su vinculación a pseudomedios que han recibido subvención de instituciones gobernadas por determinados partidos derechistas.
Su actitud en las ruedas de prensa se caracteriza por el acoso a los portavoces de partidos de izquierda, por saltarse los turnos de intervención, por un nulo respeto a la labor de sus colegas que sí observan las normas y por un concepto pervertido y execrable del periodismo, que no persigue la información de los ciudadanos, sino la agitación extremista. En la calle, su conducta es más censurable aún, y les ha llevado a protagonizar episodios de acoso e insultos a periodistas.
La derecha no apoya la norma argumentando que no quiere reducir la libertad de expresión
Si progresa la reforma del reglamento del Congreso, los pseudoperiodistas podrían llegar a ser sancionados por incurrir en conductas inadecuadas y, llegado el caso, privados de credenciales. Consideramos que esta reforma va en la dirección pertinente. Pero también que no bastará para frenar la avalancha de bulos y falsas noticias con que se bombardea a la sociedad, desde plataformas con base local o desde otras que operan desde el extranjero. El jueves La Vanguardia desveló el modo en que Rusia aprovechó la dana de València para propagar falsedades sobre una España sumida en el caos. Dos años atrás, la Unión Europea confirmó la prohibición del canal Russia Today, medida que el Kremlin calificó, por cierto, como atentado a la libertad de expresión.
Vivimos tiempos revueltos, con gran profusión de medios de comunicación, no pocos de ellos alimentados con información poco o nada fiable, pese a lo cual se presentan como canales periodísticos. Son medios con propósitos inconfesables, incapaces de producir un periodismo indefectiblemente comprometido con la verdad. Medios que abonan la agitación social echando mano de recursos torticeros, pero son incapaces de establecer un vínculo duradero con el lector basado en un periodismo independiente y fiable.