Otro fin de semana de dictadura deportiva en las redes más conflictivas. Pocos alicientes. Tristeza azulgrana por la sorprendente caída de Lisboa y alivio perico tras tanta mala fe de sus vecinos culés. No hay mucho que reseñar. El blanquiazul Salvador Illa estaba el sábado en la final de la Champions femenina y no en Cornellà, lo que llevó a algún barcelonista mal pensado a especular sobre si el gesto no formaba parte del plan. Pero poco más. Visto lo visto, se abre la inmejorable ocasión para hablar de otra cosa, incluso de otra red. Eso al menos se dice este pobre comentador que aquí escribe, y que nunca aprendió criterio alguno.
Hablemos pues del opresor scroll infinito y de cómo el maldito algoritmo cree que a un hombre blanco, catalán y cuarentón puede estar interesado en cualquier estupidez y extravagancia visual que pueda crear la inteligencia artificial. Y lo peor es que lleva razón, porque caer en el clic curioso te condena sin remedio. El caso es que Instagram, ese supuesto remanso pacífico que celebra nuestra mejor cara, lleva ya unos meses que se llena de reels en el que uno puede alucinar con creativas combinaciones imposibles que exploran los confines de hasta donde puede llegar la IA a superar nuestra imaginación.
Vayamos por partes. ¿Se había imaginado usted, querido lector, a los líderes del mundo en tanto que bestias indómitas? ¿O como gigantonas criaturas que quieren emular a los dioses griegos? ¿O como mafiosos? ¿O zombis? ¿O como cualquier superhéroe o personaje de ficción, siempre por cierto hipermusculado —¡qué obsesión!—? No, claro que no. Nadie lo pidió nunca. Pero, sin embargo, ahí están en la mente de algunos y ya plasmadas, para nuestro entretenimiento vacuo, en las redes.
Así pues, ahí está Donald Trump, fusionado con el águila calva, símbolo de EE.UU., en una mezcla que causa más vergüenza ajena que el terror que querría infundir. O lo mismo con Emmanuel Macron, convertido en un animal mitológico con la cresta y barbilla del gallo nacional de Francia. También es posible ver a Vladímir Putin salir victorioso de una pelea a manos desnudas con un salvaje oso, o a un sobredimensionado Lula da Silva emerger de las aguas en las costas brasileñas como si del mismísimo Poseidón se tratara. En fin, que todo sinsentido alrededor de cualquier jefe de Estado o gobierno, desde Javier Milei hasta Narendra Modi, está permitido. Para quien le interese, Pedro Sánchez es de los que aparecen más bien poco. Puede que haya fallado la proyección internacional o que haya tenido suerte.
El presidente brasileño, Lula da Silva, en una imagen generada por IA
Otra moda recurrente, y vete a saber si quizás más útil, es la de los personajes que evolucionan. Gracias a la IA, ahora es posible ver a figuras del mundo del show business, especialmente anglosajones, desde que nacen en la cuna hasta su muerte en el féretro, si es el caso. Por ejemplo, los actores Shirley Temple, Audrey Hepburn, Robin Williams o Leonardo DiCaprio; los cantantes Freddie Mercury, Michael Jackson o Whitney Houston, o incluso deportistas como Shaquille O’Neal, LeBron James, Cristiano Ronaldo o Leo Messi, por citar algunos, se transforman en sus varios yo, de niños a adultos, a ritmo de Forever young de Alphaville o Cherry cherry lady de Modern Talking. El resultado, a pesar de algunos errores de bulto, suele ser sorprendente y adictivo.
Algunos más creativos se han dedicado a crear pequeñas historietas en las que, de nuevo, los famosos son los protagonistas. Como si fuera un sketch, Cristiano y Messi se hacen la puñeta o se ayudan como si fueran amigos de toda la vida. Por ejemplo, el portugués llama al timbre de una mugrienta chabola y responde el argentino, a quien parece que la vida no le está yendo muy bien. Cristiano le ayuda a salir del pozo y colorín colorado. Unos 10-15 segundos perdidos. Y esta es suave: hay ejemplos mucho más surrealistas y sórdidos que les ahorro. De hecho, todo lo que han leído hasta aquí es solo la punta del iceberg.
Ya son muchos los expertos que se preguntan si este tipo de contenidos puede tener efectos reales en nuestra salud mental, pero no ha habido un debate serio
Más allá de si nos hacen gracia o no estos inventos, cabe preguntarse el porqué. Ya sabrán que a este tipo de imágenes ahora se les llama brain rot, es decir, ‘cerebro podrido’, porque este es el efecto que consiguen. Lo que no está tan claro es si somos conscientes de que no son videos inocuos ni vienen de anónimos que simplemente quieren demostrar su infinita imaginación. En realidad, son un lucrativo negocio, en la que ya están involucradas cientos y cientos de cuentas en modo fabril, que inundan la red de Meta —o TikTok o Youtube, claro— sin ningún filtro. El motivo es que generan mucha adicción y se monetizan bien. Las vemos sin control, incluso aunque nos causen rechazo. O precisamente por eso.
Ya son muchos los expertos que se preguntan si este tipo de contenidos puede tener efectos reales en nuestra salud mental o nuestros constructos culturales, pero se echa en falta un debate profundo al respecto. ¿Cabe algún tipo de regulación? ¿Acabaremos integrando estos absurdos como lo normal? ¿No es para tanto? Se habla mucho de los peligros de la IA, pero a la hora de la verdad esto nunca hay quien lo pare. Prevalecerá la viralidad descontrolada, porque da dinero, en nombre del progreso. Y luego ya veremos. ¡Es que son buenísimos!

