Los drones llevan más de un siglo entre nosotros. Un antecedente de los actuales fue el llamado Kettering Bug , un bombardero sin piloto destinado a alcanzar y destruir objetivos lejanos probado por EE.UU. en la Primera Guerra Mundial. Ya con la denominación de drone (abejorro macho) los reencontramos en los años 30, cuando Reino Unido diseñó el aeroplano teledirigido DH.82B Queen Bee (de abeja reina).
Este tipo de artilugios se fueron perfeccionando durante la guerra fría, pero no llegaron a conocimiento del gran público hasta que, a inicios de este siglo, trascendió que algunos ataques en Afganistán se operaban desde bases en suelo de EE.UU., donde soldados americanos en horario de oficina los usaban para liquidar a sus objetivos humanos situados a miles de kilómetros de distancia, con la misma actitud rutinaria y la misma impunidad con que los aficionados al videojuego abaten a los zombies que corretean por su pantalla.

Un militar ucraniano hace ejercicios con un dron.
La periodista y activista americana Medea Benjamin publicó entonces un audaz y necesario manifiesto “contra la normalización de los drones como instrumento militar y policial” ( Las guerras de los drones , Anagrama). Pero el debate ético que se generó en aquellos años ha quedado sepultado por el uso masivo de este artilugio en la guerra moderna, puesto de manifiesto en los campos de batalla ucranianos y, en menor medida, en la Gaza masacrada por el ejército de Israel.
Ya son escasos los episodios que llegan del frente entre Rusia y Ucrania donde no hay drones involucrados. La semana pasada, Catalina Gómez daba cuenta en este diario de hasta qué punto es esta una guerra basada fundamentalmente en el uso de estos depredadores robóticos, que han relegado el armamento convencional porque son mucho más baratos de producir y porque tienen el poder de aterrorizar y paralizar a las tropas enemigas.
El último episodio es de ayer mismo, cuando drones dirigidos por Kyiv consiguieron alcanzar 41 bombarderos en un ataque a bases rusas.
Es en este contexto que los gobernantes europeos deben estar lamentando tener que ceder a las presiones de Donald Trump para seguir comprándole el armamento de siempre, puede que pronto obsoleto. Si Ucrania no hubiese apostado todo a los drones, es posible que la bandera rusa ondeara ya en Kyiv.