Son mundos distantes que comparten espacio. En uno viven quienes no tienen casa en propiedad. En el otro, los que tienen tantas que ponen varias en alquiler. Los primeros defienden el artículo 47 de la Constitución, que recoge el derecho a una vivienda digna. Los segundos enarbolan el artículo 33, que reconoce el derecho a la propiedad privada y la herencia (y omiten que su función social delimita el contenido).
La falta de una política eficiente desde hace demasiado tiempo provoca que ambos mundos entren en conflicto, como se reflejó en El Matí de Catalunya Ràdio. La portavoz del Sindicat de Llogateres, Carme Arcarazo, subrayaba que los alquileres son inasumibles para la mayoría de salarios. La presidenta del sindicato Unió de Propietaris, Núria Garrido, comparaba a los inquilinos con un hijo –ahora se les rompe la caldera, ahora tienen goteras– y decía que son un “incordio”.
La falta de una política eficiente causa conflicto entre inquilinos y propietarios
Arcarazo preguntaba si acaso pretendían cobrar a precio de oro por “no hacer absolutamente nada”, cuando la gente trabaja ocho horas al día para poder pagar el alquiler. Garrido replicaba que ellos proporcionan viabilidad económica a gestorías, pintores, lampistas. Y estallaba: “És que teniu enveja? El problema és l’envegeta?”. Es el resultado de confundir derechos con privilegios: crees que la precariedad es voluntaria o fruto de haber hecho las cosas mal, es culpa de quien no ha heredado ni tiene patrimonio que pueda explotar.
Si te parece que reclamar derechos responde a la envidia, si consideras que quien exige unos mínimos habitables a cambio de la fortuna que te paga es un incordio y utilizas con él una actitud paternalista, la igualdad no te interesa. Que trabajar es de pobres lo sabemos desde el feudalismo. Y el neofeudalismo actual, apunta Jaime Palomera en El secuestro de la vivienda, consiste en que el trabajador da casi todo lo que gana al propietario de su casa, que absorbe la economía productiva porque el inquilino no puede gastar en sus propios proyectos, ni en ocio, ni puede ahorrar, alejándose de lograr una estabilidad.
La raíz está en una política que desde tiempos de Franco beneficia al propietario (más cuanto más posee) y trata al que no lo es como una pieza que no encaja. En la bienvenida al abrir la puerta, hay que recordarle: “Pasa, pasa, tu casa es mi casa”.
