Enero en Madrid hacia 1964

Aprovechando un viaje a Madrid para la Feria del Libro, fui al teatro Español a ver Viaje hasta el límite, de Luis Martín-Santos, uno de los inéditos que los hijos del autor han encontrado recientemente y están sacando a la luz. La obra, escrita hace más de setenta años y con un aire inequívocamente existencialista, cuenta la historia de un matrimonio en crisis que reacciona de manera desigual ante un proyecto de inversión más bien sospechoso.

Cuando, en 1953, Martín-Santos escribió Viaje hasta el límite, no era todavía el autor de Tiempo de silencio, la novela que nueve años después lo consagraría como uno de los clásicos españoles del siglo XX. Por entonces era un joven médico de ideas socialistas que mantenía una estrecha amistad con Juan Benet, estudiante de Ingeniería. Escritores en ciernes los dos, eran autores de buen número de relatos escritos a medias, que muchos años después acabarían integrando el volumen El amanecer podrido.

ESPAÑA BODA MARTÍN SANTOS: MADRID, 28/06/1952.- Grupo de intelectuales en la boda del escritor y psiquiatra Luis Martín Santos; le acompañan Juan Benet (2d) y Alberto Machimbarrena (1i). EFE/Archivo Goitia

Luis Martín Santos y Juan Benet en el centro de la imagen, el día de la boda del primero 

ARCHIVO GOITIA / EFE

La amistad entre ambos se deterioró por una cuestión de rivalidad literaria. Al lado del modesto debut literario de Benet, que publicó Nunca llegarás a nada en una edición de escasa circulación y costeada por él, el de Martín-Santos fue deslumbrante: Tiempo de silencio no solo apareció en una editorial prestigiosa como Seix Barral sino que cosechó un éxito fulminante y muy pronto fue traducida a las principales lenguas europeas. Benet nunca ocultó sus reticencias hacia la novela de su amigo, que tachaba de “costumbrista”, acaso el peor calificativo que podía aplicarse a un autor de su generación.

Tiempo de silencio apareció en 1962. Como es sabido, Martín-Santos no tuvo mucho tiempo para disfrutar de su éxito, ya que murió en un accidente de circulación un año y pico después, cuando aún no había cumplido los cuarenta. Regresaba ese día a San Sebastián después de haber viajado a Salamanca y Madrid, donde casualmente se había encontrado por la calle con Benet y su mujer, Nuria Jordana, con los que cenó en una taberna de la calle del ­León, cerca del Ateneo.

Martín-Santos y Benet son dos de los escritores más influyentes de la narrativa española del pasado siglo

Los dos escritores se habían visto por última vez diez meses antes, cuando Benet había viajado al País Vasco para hacer compañía a Martín-Santos tras la repentina muerte de la mujer de este, Rocío Laffón, y, aunque no podemos saber con certeza de qué hablaron durante la cena, podemos suponer que les comunicó entonces su intención de contraer matrimonio con Josefa Rezola, también viuda reciente, él con tres hijos pequeños, ella con cuatro.

El fatal accidente, que se produjo solo dos días después, frustró esa nueva historia de amor. Josefa y su marido, Perico Arana, eran la pareja con la que los Martín-Santos salían habitualmente en San Sebastián: sus amigos más cercanos, por tanto. ¡Cuántas adversidades en tan poco tiempo! En septiembre de 1962 había muerto Perico por un problema cardiovascular y, en marzo de 1963, Rocío, debido a un escape de gas. Ahora, en enero de 1964, moría Luis. De los cuatro solo sobrevivió Josefa, a la que la vida le había concedido esa segunda oportunidad con la misma rapidez con la que iba a arrebatársela.

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Durante los meses siguientes, Josefa, viuda in pectore de Martín-Santos, se impuso como misión poner orden en sus abundantes inéditos, y para ello trasladó su domicilio de San Sebastián a Madrid, donde con la ayuda del director de cine Mario Camus trató de organizar el borrador de la novela Tiempo de destrucción y visitó varias veces a Benet para hacerle consultas sobre los cuentos de juventud que habían escrito a medias.

Fueron Martín-Santos y Benet dos de los escritores más influyentes de la narrativa española del pasado siglo. La obra del primero nunca ha dejado de estar presente en el interés de lectores y estudiosos, y ahora, tras el primer centenario de su nacimiento, lo está más. La del segundo, con vocación de minoritaria, lo está sobre todo a través de algunos discípulos que, cautivados por su vasta cultura y una capacidad de seducción frecuentemente alentada por el alcohol, siempre reconocieron su magisterio. De sus libros, mi favorito es el menos benetiano de todos, Otoño en Madrid hacia 1950. En él, con un tono más bien agridulce, evocó precisamente su vieja amistad con Martín-Santos, que al fin y al cabo había formado parte de los mejores años de su vida.

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