Los rascacielos de Pekín centellean en la cálida noche de junio. El denso tráfico se torna caótico por las interrupciones de miles de motocicletas de repartidores, que no respetan los semáforos (las multas son inferiores al plus que les pagan por llegar en tiempo récord). Las 28 líneas de metro siguen saturadas como siempre. Los centros comerciales destilan efluvios de gastronomía variada para deleite de los consumidores que compran en persona, a pesar de Alibaba (el Amazon chino). La ciudad vibra ajena a la guerra comercial que cogita la Casa Blanca. China sigue decidida su trayectoria hacia su destino de primera economía del siglo XXI. Y se consolida como la sociedad digital más desarrollada, donde se paga en los supermercados con reconocimiento facial (adiós privacidad) y se difunde la inteligencia artificial a través del tejido multiforme de la vida.
Docentes y personal de un instituto de Pekín reciben a los estudiantes que llegan a hacer el gaokao, el examen de acceso a la universidad, el pasado 7 de junio
Nos hemos acostumbrado tan rápido a esta nueva China que hemos olvidado de dónde viene. En 1950, primer año de la revolución, su PIB per cápita era de 46 dólares, comparado con 1.500 para Estados Unidos. El 87% de la población era rural, y su capacidad industrial y tecnológica, mínimas. En la guerra de Corea, las tropas chinas atacaron a los tanques estadounidenses con cócteles molotov y sin cobertura aérea.
Y hete aquí que, tras una destructiva ruptura con la Unión Soviética en 1961 y una devastadora revolución cultural en 1966-1978, desde 1980 se ha construido la China que ahora asombra en el mundo e infunde temor en Occidente.
Cualquiera que sean nuestros juicios de valor, es esencial entender el porqué de uno de los mayores procesos de desarrollo de la historia moderna. Porque contradice la ortodoxia del liberalismo capitalista, que nunca previó que un país dirigido por un Estado comunista pudiera crecer y modernizarse a tasas aceleradas, mediante su competitividad en una economía globalizada capitalista.
Ese orgullo nacional que construyó el Partido Comunista continúa vivo en la mente de los jóvenes
Y es que China no se ha vuelto capitalista, sino que ha utilizado el capitalismo para incrementar su poder. Y ha prosperado tanto en la globalización que el globalizador original, Estados Unidos,
ha pedido una tregua y se reorganiza tras el muro de un proteccionismo industrial e incluso tecnológico, frente a, desde los coches eléctricos hasta las plataformas de redes sociales (TikTok), y hasta en la inteligencia artificial, con Open AI pidiendo al Gobierno que sancione a DeepSeek.
El secreto de esta imprevisible ascensión china al poder global es político. El Partido Comunista de China, actor indiscutible de la transformación a través de su control de la economía y de la sociedad, más que comunista de tipo soviético, siempre fue nacionalista en sus objetivos y leninista en su organización. Formado en la guerra de resistencia contra Japón, consiguió erigirse en la fuerza que acabó con la semicolonización y humillación infligida por las potencias europeas y EE.UU. Durante más de un siglo y afirmó la dignidad de una cultura muchas veces milenaria, que inventó la imprenta y la pólvora antes que nosotros. Así construyó su legitimidad como sólida base de poder.
Ese orgullo nacional continúa vivo en la mente de los jóvenes chinos, de mis estudiantes en la Universidad Tsinghua y en muchas otras. Aunque siguen las modas de todo el mundo, son amantes de la misma música que los nuestros y aprenden inglés, se sienten respetados. Sus problemas son la vivienda, la sanidad, el permiso de residencia en Pekín y cómo encontrar pareja.
¿La democracia? Nunca existió en China y sigue sin existir. Pero mientras esta vida siga su curso no parece que esa cuestión esté en su horizonte. Ahora bien, la paz es su valor más preciado. Y temen que la belicosidad de EE.UU., negándoles visados por ejemplo, provoque una confrontación. El Gobierno, por su parte, apuesta por tejer alianzas en el Sur global, así como por cooperar económicamente con Europa. Y es ahí donde podemos conectar.
