El comportamiento de Donald Trump es tan atrabiliario que resulta inevitable contemplarlo desde una posición de incredulidad, suponiendo que eso son cosas de Estados Unidos, que algo así no puede suceder en España. No solo se trata del estilo errático y agresivo de Trump, ni de su compulsión mentirosa, ni de su incapacidad para hilar dos frases seguidas: por debajo de todo ello se aprecia cada vez con mayor claridad un proyecto autoritario. Las deportaciones masivas de inmigrantes, el desprecio a lo que puedan decir los tribunales, el acoso a las universidades, a los medios de comunicación y a los bufetes de abogados son indicios claros de que, si no encuentra demasiada oposición, intentará dotarse de unos poderes especiales con los que desmantelar el sistema político de la democracia más antigua del mundo. Lo más probable es que fracase en el intento, pero no por ello debemos renunciar a hacer sonar todas las alarmas democráticas. Es lo que, por ejemplo, lleva haciendo John Carlin en estas páginas desde hace meses.
¿Tenemos buenas razones para sentirnos a salvo del trumpismo en España? Al principio, Vox se entusiasmó con la llegada de Trump al poder. Sin embargo, en cuanto el presidente norteamericano anunció los aranceles a los productos europeos, optó por la discreción. De hecho, en las encuestas se detectó un parón en el crecimiento del partido tras su alineamiento inicial con el nuevo presidente. Por lo demás, el jefe de Vox no guarda parecido alguno con Trump: Santiago Abascal es probablemente el líder más soso, rancio y romo de las extremas derechas europeas. Frente a los dirigentes explosivos, disruptivos y maleducados de las nuevas derechas, Abascal parece simplemente un señor del PP con un discurso más conservador y xenófobo de lo que se estila en ese partido.

Por su parte, el Partido Popular no ha definido con nitidez su postura ante Trump. Practica una ambigüedad calculada. Sus dirigentes prefieren evitar el tema. Hubo una primera intervención muy crítica de Esteban González Pons, quien habló del “ogro naranja” y el “macho alfa de la manada de gorilas”. Pero se le mandó callar. José María Aznar, que es probablemente menos manejable, no se ha mordido la lengua y ha criticado abiertamente el populismo trumpista. Curiosamente, la crítica de Aznar no alcanza a Isabel Díaz Ayuso, a quien suele colmar de elogios. Sin embargo, me parece bastante claro que si alguien en la política española puede coger el relevo de Trump es Díaz Ayuso.
Hace justamente cinco años, cuando no era tan habitual, escribí en La Vanguardia que Díaz Ayuso era la alumna más aventajada del trumpismo en nuestro país (“La degradación madrileña”, 30/V/2020). Quizá fuera un juicio prematuro, pero creo que el tiempo ha ido confirmándolo. Ha sabido tocar la tecla de los líderes demagogos que conectan con los peores instintos de la ciudadanía. Alimenta a sus seguidores con un discurso delirante que niega la condición democrática al Gobierno actual. Afirma imperturbable que vamos camino de la economía venezolana, que no hay libertades ni políticas ni económicas en España. Ve corrupción por todas partes, salvo en su propio domicilio. Se revuelve contra quienes hablan de su pareja, diciendo que es un ciudadano privado, pero ella arremete indisimuladamente contra la pareja del presidente del Gobierno.
Si alguien en la política española puede coger el relevo de Trump, es Díaz Ayuso
Díaz Ayuso no se molesta en sustanciar las acusaciones tremendistas que lanza. Le basta con hablar de independentistas y etarras para que sus fans le rían las ocurrencias. Está tanteando el terreno y en los últimos días ha decidido endurecer el mensaje, mostrando que Núñez Feijóo no tiene autoridad. Las humillaciones que recibe el líder del PP de la presidenta madrileña son casi diarias. Dos días después de robarle el protagonismo a Núñez Feijóo en la conferencia de presidentes autonómicos con el incidente de la lengua, el pasado domingo subió el tono y desplegó en el mitin de Madrid el discurso excluyente y autoritario de Vox, afirmando que sobran en España todos aquellos que no compartan la identidad nacional española.
A pesar de su falta de luces, o precisamente por ello, Díaz Ayuso es temible. Parece dispuesta a reventar los valores constitucionales más básicos con tal de atacar a Pedro Sánchez y erigirse como salvadora espiritual de la derecha española. Su discurso es tan fantasioso y está tan mal articulado como el del propio Trump. Encarna la idea de las nuevas derechas de que la libertad es más importante que la democracia. Es una libertad concebida para quienes piensan como ellos, no para los demás, que son vistos como una amenaza. Hay una fusión castiza entre la ideología MAGA de Trump y la anti-España de Menéndez Pelayo.
A mi entender, lo más preocupante no es tanto el fenómeno de Díaz Ayuso, sino la falta de reacción de los conservadores y liberales tradicionales, que, al igual que las élites del Partido Republicano en Estados Unidos, o bien han asumido su discurso sectario y excluyente o bien prefieren callar y mirar para otro lado. Entiendo que les una a todos ellos el aborrecimiento del actual Gobierno, pero hasta el momento los grandes partidos habían asumido que por encima de la competición política estaban los valores democráticos. No todo vale para cargarse a Sánchez.
Si no frenan a Díaz Ayuso ahora, es probable que en la próxima crisis del PP ella se haga con la dirección del partido. Si algo así llega a ocurrir, la derecha española mayoritaria (no una excrecencia como Vox) será una mala copia de trumpismo. Si algún liberal coherente queda en España, debería protestar y alzar su voz contra Díaz Ayuso.