El día a día en España es imbatible. En las tres cosas más importantes de la vida –familia, comida y fútbol– es una superpotencia. Ah, y en salud, donde también es de clase mundial. Pero en política internacional no pinta nada. Y no porque no puede, sino porque no quiere.
Lo volveremos a constatar esta semana cuando el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, se presente en La Haya para participar en una cumbre de la OTAN. Será el líder más guapo de la reunión y a la vez el patito más feo. De los 32 estados de la OTAN, España es el que menos contribuye en defensa como porcentaje de su producto interior bruto (1,3%, con el compromiso de llegar al 2% este año). Y Sánchez acaba de decir que, pese al consenso entre sus aliados de que el fenómeno Putin les obliga a pagar mucho más, España se planta.
Un 2% es lo que la OTAN pide para este año y, pese a al rechazo de la izquierda, el Gobierno español lo acepta, a regañadientes; el 5% es lo que pide de aquí al 2032, y eso casi todos los españoles lo rechazan. Sánchez dijo en una carta al secretario general de la OTAN que ni hablar, que sería “irresponsable” sucumbir a semejante “sacrificio” porque obligaría a España a hacer recortes en el gasto social. O sea, pondría en riesgo la calidad de vida española.

Como contrapartida tenemos el caso de Canadá, donde también viven muy bien. El primer ministro canadiense, Mark Carney (de centroizquierda, como Sánchez), fue recibido con aplausos unánimes en su país cuando anunció esta semana que su país llegará a la cifra del 2% este mismo año. Canadá, junto a la mayoría de los países europeos, tiene una noción diferente a la de España respecto a lo que es la responsabilidad y la irresponsabilidad. Quizá España tenga razón y los demás se equivoquen.
Veamos los argumentos a favor de gastar más en defensa, basados todos en una interpretación de lo que significa para el mundo la invasión rusa de Ucrania. Nadie los ha expuesto con más lucidez que el célebre historiador Yuval Noah Harari. Aquí va un resumen.
Como metáfora de la guerra en Ucrania imaginemos un grandote que se enfrenta en el patio de colegio a un niño pequeño. Se forma un círculo a su alrededor y algunos intervienen a favor del chiquito, otros no. El precio de no intervenir es que la fuerza se impondrá como norma en el colegio.
Si Putin se impone, veremos una epidemia mundial de gasto militar, por razones ofensivas o defensivas
Si Putin gana en Ucrania (sea cual sea la definición exacta de victoria), veremos replicantes de él por el mundo entero. Si Putin pierde, el mensaje será que la política del bully no tiene recompensa. Lo que está en juego es la democracia y los valores liberales que tan bien han servido a países como España, que sabe mejor que muchos lo que significa vivir bajo un régimen similar al ruso.
Putin significa el retorno de un monstruo que mandó en la Tierra durante la mayor parte de la historia humana, pero que en épocas recientes fue derrotado y exiliado, no solo en Occidente sino en todos lados. Hablamos del imperialismo. No, no del imperialismo yanqui. De un imperialismo más elemental. De ese del país fuerte que invade un país débil, lo conquista y lo coloniza. Como Roma en su día, como el antiguo califato musulmán, como España, como Inglaterra, como pretende Rusia en Ucrania hoy. Bueno, como Rusia ya ha hecho en Crimea y otras partes de Ucrania que ha tomado y declarado suyas durante los últimos once años de guerra.
Estados Unidos invadió Irak en lo que fue un acto estúpido y criminal, pero ni los halcones más extremistas de su gobierno aspiraban a plantar la bandera yanqui en suelo iraquí. Por otro lado, Rusia ejerce total control sobre la vecina Bielorrusia, que es lo que busca también en Ucrania; nadie cuestiona la soberanía de México.
La posición española, y no solo la de la izquierda, es quedarnos al margen e ir a lo nuestro
Putin está intentando que el imperialismo clásico vuelva a estar de moda. Si no se frena en Ucrania, el riesgo no es solo que, con el tiempo, se extienda a Estonia o Letonia, sino que el mensaje de la fuerza como valor supremo se asimile en los demás continentes. Si Putin impone su norma, veremos una epidemia mundial de gasto militar, sea por razones ofensivas o defensivas, porque esta será la nueva realidad.
Lo cual obligará a dar marcha atrás a una tendencia admirablemente civilizadora de la humanidad, sin precedentes hasta el siglo XXI, de invertir más en el bienestar social que en armas. Para resumir, si no gastamos bastante más en aviones de guerra y drones hoy, dentro de poco gastaremos muchísimo menos en medicina y educación. Significará el regreso a la jungla.
Este es básicamente el argumento de la gran mayoría de los gobiernos de Europa y de la OTAN. España discrepa.
Ucrania queda lejos (aunque más lejos le queda a Canadá); Putin será un tirano, pero poco nos afecta a nosotros. Hay un principio en juego, sí, pero de principios no se come. Mejor quedarnos al margen e ir a lo nuestro. Esta es la posición española, y no solo la de la izquierda. Hace unos días hablaba con un embajador europeo que se declaró atónito ante la ausencia de una política definida del PP respecto a lo que en el resto del continente se considera la cuestión más apremiante de nuestros tiempos: cómo contrarrestar la amenaza rusa.
El trabajo del embajador consiste precisamente en saber estas cosas. Pero, me dijo, no tenía ni idea de lo que pensaba sobre este tema, o siquiera si pensaba en él, el partido que podría pronto volver a liderar el gobierno español. Al menos sí sabe lo que piensan los aliados de Sánchez a su izquierda: “No a la guerra”, “no a las armas”, como siempre. Es comprensible. Todos queremos la paz y en el caso español está el recuerdo, no tan lejano, de que los países de Europa occidental no acudieron a la defensa de la República contra Franco. ¿Ahora quieren que acudamos a la defensa de Ucrania? Que se jodan.
Es comprensible también, tanto en la derecha como en la izquierda, porque en España vivimos muy bien y todos queremos que la fiesta no pare. Por eso yo vivo aquí. La dolce vita es irresistible. Pero de vez en cuando siento la obligación de recordar que la vida es dura y que la política no es siempre un juego y por eso he viajado un par de veces a Ucrania en los últimos dos años y pienso volver otra vez en septiembre. Recomiendo a veces a amigos españoles que hagan lo mismo. Se lo recomiendo también a Pablo Iglesias, Feijóo, Ayuso, etcétera. Vayan, y después hablamos.