Donald Trump no ha necesitado las dos semanas que había anunciado para tomar una decisión sobre si Estados Unidos debía implicarse directamente en el conflicto bélico entre Israel e Irán. Se ha inclinado finalmente por la guerra en una apuesta de consecuencias imprevisibles y que abre un nuevo escenario en la geopolítica de Oriente Medio.
Trump ha decidido meter a EE.UU. en guerra con una escalada militar de momento limitada y en la madrugada del domingo, hora española, ordenó bombardear las instalaciones nucleares persas de Fordow, Natanz e Isfahán, infraestructuras dedicadas al enriquecimiento de uranio. El presidente calificó los ataques de “éxito espectacular”, celebró que las tres instalaciones habían sido “arrasadas totalmente”, insistió en que su objetivo es acabar con la amenaza nuclear iraní y advirtió a Teherán de mayores ataques futuros “si no hace ahora mismo las paces”.
Para el ataque, EE.UU. ha utilizado siete bombarderos furtivos B-2 que lanzaron más de una docena de bombas antibúnker sobre Fordow y Natanz, mientras que varios submarinos disparaban treinta misiles de crucero Tomahawk contra Isfahán. El Pentágono admitió ayer que tomará un tiempo determinar si los ataques realmente lograron destruir las fortificadas instalaciones. El secretario de Defensa, Peter Hegseth, afirmó que EE.UU. no busca un cambio de régimen y reiteró que los ataques “han devastado” el programa nuclear iraní. Unos ataques que se han centrado en estas infraestructuras, sin afectar a instalaciones militares ni a objetivos civiles. La pregunta ahora es si, con esta acción puntual y quirúrgica, Trump pretende ganar tiempo o bien es el comienzo de una intervención más amplia de Estados Unidos.
Washington afirma que no busca un cambio de régimen tras bombardear centros nucleares iraníes
Irán se ve obligado a contestar para mantener su reputación interna de firmeza y para salvaguardar su imagen exterior. El interrogante es cuál será el alcance de la respuesta. Habrá que ver si se sigue centrando en el lanzamiento de drones y misiles sobre Israel, como hizo ayer. Si su represalia apunta también a alguna de las bases que EE.UU. tiene en la región, la situación se agravará aún más porque la respuesta de Washington podría ser contundente. También pueden verse afectadas las monarquías del Golfo, aliadas de EE.UU., si Irán decidiera atacar sus instalaciones petrolíferas y gasísticas. Ayer el Parlamento iraní aprobó cerrar el estrecho de Ormuz, decisión que debe ratificar el Consejo Supremo de Seguridad Nacional. Si Irán implementa el cierre, Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Qatar, Bahréin y Kuwait tendrían muy difícil exportar su petróleo. La medida afectaría a la economía global por ser una de las arterias más importantes del comercio mundial. Es el paso marítimo por el que más hidrocarburos transitan a diario a escala planetaria y el cierre puede causar una subida inminente del precio del crudo.
En este nuevo escenario, Israel es el gran ganador. El primer ministro Beniamin Netanyahu ha conseguido lo que tanto anhelaba: arrastrar a EE.UU. a la guerra y que el objetivo sea golpear directamente al corazón de las infraestructuras atómicas iraníes. El premier israelí, eufórico, ha agradecido a Trump “su valiente decisión que cambiará la historia” y en su particular lógica ha asegurado que “la paz se logra por la fuerza”. Netanyahu ha conseguido que Trump, una vez más, se desdiga de su doble promesa electoral de no involucrar a EE.UU. en una nueva guerra exterior. El líder israelí está decidido a cambiar el mapa político de Oriente Medio y esta intervención puede ser un paso decisivo para lograrlo.
Netanyahu consigue su anhelado objetivo de arrastrar a EE.UU. a la dinámica de la guerra
La decisión de Trump se ha producido tras la profunda división en su entorno sobre la conveniencia de un ataque, con un cisma en el movimiento MAGA entre halcones y aislacionistas. Si se trata de una acción quirúrgica aislada, Trump podría suavizar las divisiones dentro de sus bases. Pero si arrastra a EE.UU. a un conflicto mayor, podría provocar un levantamiento entre sus filas.
Trump apuesta por la guerra para obligar a Irán a volver a la mesa negociadora. Pero el pasado viernes menospreció la vía diplomática que varios ministros europeos de Exteriores querían mantener abierta en un encuentro en Ginebra con su homólogo iraní, quien hoy se reunirá con Putin en Moscú. Trump afirmó que “Irán no quiere hablar con Europa. Quiere hablar con nosotros. Europa no va a poder ayudar en esto”. Lo cierto es que ha dejado a Europa fuera de juego.
La decisión del presidente mete a EE.UU. en un nuevo conflicto bélico en Oriente Medio, enfrentándose a Irán exactamente en el tipo de guerra que “el pacificador” Trump –como él mismo se autodenomina– juró en sus dos campañas electorales que evitaría.