Barcelona tiene un problema de gobernabilidad. No se le puede reprochar a Jaume Collboni que, con sus diez concejales, de un total de 41, le está sacando todo el partido posible a su gestión, y en una reciente encuesta de La Vanguardia entre sectores muy dispares de la ciudad logró un meritorio aprobado. Pero tampoco se puede negar que su campo de actuación está muy limitado por una oposición que, por diversos motivos, antepone la derrota del alcalde ante cualquier otra posibilidad, sea o no sea positiva para la ciudad.
El pecado original fue la elección de Collboni en una jugada
maestra pactada a tres bandas entre PSC, PP y BComú, pero que rompió todos los puentes con la candidatura ganadora de Xavier Trias. Aquel “que us bombin a tots” pronunciado por el candidato de Junts ha marcado estos dos primeros años de mandato y el equipo de gobierno sabe que pactar con los posconvergentes es una meta casi imposible. Ahí se entiende las dificultades para cerrar el acuerdo para suprimir la reserva del 30% de vivienda social, pese a que ambos partidos coinciden en la necesidad de hacerlo. O aún más sorpresiva fue la votación del pleno del pasado viernes, en la que Junts prefirió alinearse con los partidos de izquierda para tumbar el reglamento que debía dotar de 22 pistolas táser a la Guardia Urbana, pese a que había votado a favor en una comisión previa. Lo mismo sucede con BComú, que huye del consenso con el PSC a pesar de que Collboni está siguiendo muchas de las políticas del anterior mandato municipal, cuando cogobernaba la ciudad con Ada Colau,
Y en este panorama, Esquerra es el único socio que le queda a Collboni, aunque es insuficiente porque no suman mayoría. Los problemas internos del partido republicano impidieron que se cerrase un acuerdo de coalición para que entraran en el gobierno y ello obliga a los diez concejales socialistas a un tremendo esfuerzo para administrar la ciudad.
Si las políticas de diálogo y consenso no han existido en la primera parte del mandato, cuesta creer que se verán en esta segunda, cuando está más cerca la convocatoria electoral. Así las cosas, es una pena que las rencillas partidistas pongan tantos obstáculos al desarrollo de Barcelona.