El escepticismo reinante

Si hay una actitud vital que define la relación de los ciudadanos con la política desde la antigüedad, es el escepticismo: no tomarse al pie de la letra las promesas, las declaraciones y las iniciativas de los políticos. Se trata también de una postura intelectual como una forma de prudencia preventiva para suspender el juicio ante cualquier acontecimiento político y evitar verse manipulado. Pero nunca como ahora el escepticismo había gobernado y definido tanto la opinión de los propios políticos, de la opinión pública y de los ciudadanos. Todos coinciden en que cualquier iniciativa política acabará embarrancada, paralizada o enredada, sin que nadie ­–ni siquiera los propios artífices– sepa si ha llegado a aplicarse o no. Este escepticismo se instala poco a poco en el ánimo de los ciudadanos, que advierten cómo los debates políticos sustituyen a los logros políticos, sin que nadie pueda asegurar si una sentencia judicial llegará a cumplirse.

protesta rearme

 

J.P.Gandul / Efe

El avance del escepticismo entre clase política y ciudadanía se debe a que cada vez hay más dudas que certezas sobre los logros reales de la acción política. Existe la incerteza de que la ley de Amnistía llegue a aplicarse en su totalidad, aunque el Tribunal Constitucional haya fallado a favor­ de su validez. Se duda de que el Gobierno­ pueda cumplir con su compromiso de que el gasto en defensa no supere el 2,1% del PIB, cuando la OTAN exige
el 5%.

Existe el peligro de que el escepticismo ciudadano se transforme en resignación, cinismo o desafección

Tampoco se entiende por qué se condena con contundencia la actuación del Estado de Israel en Gaza y, al mismo tiempo, se mantienen relaciones diplomáticas con lo que se califica como un “Estado genocida”. Se sospecha que la prometida financiación singular para Catalunya quedará atrapada en negociaciones interminables y que los numerosos casos de corrupción que afectan a distintos partidos políticos se diluirán en el tiempo, sin resolución judicial clara.

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El riesgo de que la política no consiga cerrar ninguno de los debates que ella misma promueve, que se extienda la sospecha de que toda iniciativa política es, en el fondo, una estrategia de distracción para evitar afrontar los problemas urgentes, va distanciando a los ciudadanos de la política. El peligro de que la política quede atrapada en la sospecha y no ponga en marcha un mecanismo para evitarla implica que, con el tiempo, el escepticismo ciudadano, que en principio ha de servir para examinar críticamente la acción política, se transforme en resignación, cinismo o desafección; que los ciudadanos pasen de exigir la rendición de cuentas a dejarse llevar por un estado de impotencia, inacción y abandono.

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