Ahora, la polarización ya no es fundamentalmente ideológica. Se ha manifestado alto, muy claro y reiteradamente que la otra parte son un grupo de delincuentes que están en la prisión o que acabaran yendo. Lógicamente, los destinatarios de esta calificación no contemplan como posible ningún acuerdo con los que la formulan. En conclusión, unos quieren acelerar su camino hacia el gobierno del Estado y otros harán todo lo posible por mantenerse en él. Si alguien pensaba que podría abrirse una nueva etapa para encontrar acuerdos puntuales y consensos básicos, que se olvide; ni se quiere ni será posible. Esto durará lo que durará, pero, en todo caso, no para bien.
Y un escenario postelectotral, de producirse, no pinta mejor. Cualquier acuerdo entre los integrantes de los dos bloques deberá quedar descartado. Los que creen que los otros son delincuentes no pueden pactar, y los tildados de delincuentes no lo olvidarán durante mucho tiempo. Por tanto, los bloques se consolidarán y aun se situarán en posiciones más distantes. Y, además, los que pierdan tendrán la tentación de ganar con las mismas herramientas que las empleadas para alejarlos del poder.

Afiliados y simpatizantes del PSOE, ante la sede del comité federal del sábado
Se podrá decir que las consecuencias de esta situación son culpa del otro. Esto puede abrir un debate interesante sobre el origen de todo ello, pero las consecuencias son las que son y de lo que se trataría es de cómo superarlas. Y esto no está claro, ni resultará fácil. Pero no quedará más remedio que trabajar en ello. Sería absurdo creer que solo después de los grandes traumas puede salir la esperanza de un futuro compartido. La historia está empecinada en demostrarnos que si no se llega al drama no se acepta salir de la confrontación agria y costosa. Pero precisamente porque tenemos tantos ejemplos malos, quizás podríamos aprender a evitarlos y construir sobre bases diferentes.
Hace unos meses se presentó un gran acuerdo para desbloquear el Consejo General del Poder Judicial y el Tribunal Constitucional. ¡Fue necesario pactarlo en Bruselas, pero se hizo! Los bloques votaron de común acuerdo la composición de las dos instituciones; se votaron nombres y apellidos, por parte de todos. Pero al cabo de pocos meses se descalifica a magistrados del Tribunal Constitucional calificados como “impresentables” y sicarios de las peores intenciones. La discrepancia es democrática; el respeto es un deber para todos y muy especialmente para los servidores públicos.
Es muy difícil conseguir una política de progreso y de bienestar sin estabilidad institucional
Nos llenamos la boca de apelaciones al respeto institucional. Pero, con la excusa de que los otros no lo hacen –sea o no verdad– todo el mundo se lanza a una carrera alocada a favor del descrédito institucional. Esto no vale, ni es justo; unos malos servidores no borran los miles y miles de servidores públicos en todas las instituciones, que asumen su responsabilidad, grande o pequeña, desde una estricta lealtad institucional. Olvidarse de este reconocimiento nos perjudica a todos; debilita el valor de la libertad, devalúa la expresión democrática de la soberanía del pueblo, legitima a los nostálgicos de los totalitarismos represores.
La reacción no puede ser la indiferencia. Mucha gente cree o podría creer, que “allá ellos”. Pues no; ¡no solo ellos, también nosotros! Seremos todos los que pagaremos las consecuencias. Sabíamos que el peor efecto de la política de Trump era su grado de contaminación. Pero corresponde a los ciudadanos de Estados Unidos decidir cómo y cuándo reconducir su situación, aunque también es la nuestra. Pero sí estamos obligados a entender la trascendencia de lo que en casa (y en cierta forma en toda Europa) está pasando. Podemos sentirnos débiles para hacerle frente, pero no podemos estar indiferentes.
El “allá ellos” nos perjudica a todos. Es muy difícil conseguir una política de progreso y de bienestar sin estabilidad institucional. La experiencia lo demuestra y, es más, es muy evidente en la actualidad. Países europeos de gran solvencia hace muy pocos años pagan hoy muy gravemente las consecuencias de una inestabilidad que tiene como origen una polarización irresponsable. Puede ser muy difícil resolverlo, pero, en todo caso, no lo conseguiremos desde la indiferencia.
Indiferencia, ¡no!