La maldita Tierra Santa

LA COMEDIA HUMANA

La política no obedece las leyes de la ciencia, pero hay una excepción: es tan cierto como que dos y dos son cuatro que no se puede criticar a Israel sin que te acusen de antisemitismo. Intentar que se introduzca más luz que calor en la conversación es imposible. Pero hay honor en defender las causas perdidas.

Para inspirarnos, una cita del novelista F. Scott Fitzgerald: “La prueba de una inteligencia de primera categoría es la habilidad de mantener dos ideas opuestas al mismo tiempo”. En búsqueda de luz, hablé esta semana con dos grandes y muy inteligentes amigas, una en Inglaterra, la otra en Australia. Abogadas ambas, judías las dos, se jugaron la vida en la lucha contra el apartheid en Sudáfrica, donde na­cieron.

Agrego de paso que de los blancos sudafricanos que se opusieron abiertamente al apartheid, una cantidad desproporcionadamente alta fue judía. Joe Slovo, ídolo de la población negra y líder de la lucha armada que inició Nelson Mandela, lo era.

Nombro a Slovo, pero no a mis amigas. Una medida de la histeria que genera el tema Israel es que si lo hiciera se las acusaría de ser traidoras, o lo que en inglés llaman self-hating jews , ­judías que se odian a sí mismas. O que, por el mero hecho de ser judías, se les considere cómplices del horror que Israel, un Estado fundado por judíos para judíos, inflige diariamente a la población palestina.

La comedia humana

 

Oriol Malet

Son tiempos duros para ser palestino. Terroríficos si vives en Gaza. Pero, sin querer comparar, muy consciente de la enorme diferencia en cuanto a niveles de sufrimiento, son tiempos complicados para ser judío. El virus del antisemitismo, siempre latente, ha despertado y se ha vuelto más agresivo que en ningún momento –salvando las diferencias– desde tiempos de Hitler. ¿Y a qué se debe? A que un niño palestino en Gaza ve a un soldado israelí hoy con el mismo miedo que un niño judío en Ucrania a un soldado nazi en 1941.

Lee también

¿La IA nos lleva al suicidio?

John Carlin
opi 3 del 6 juliol

Mi amiga “australiana” me contó que hace unos días en Sydney alguien quemó las puertas de una sinagoga mientras la gente rezaba dentro, y que en Melbourne, a la hora de la cena, una chusma rompió los vidrios de un restaurante israelí. Ecos de Kristallnacht. La “inglesa” me dijo que fue a una charla en Londres de una mujer israelí cuyos padres fueron rehenes de Hamas en Gaza y que a la entrada del recinto fueron acosados a gritos por un grupo de manifestantes propalestinos.

“La mujer se detuvo e intentó conversar con ellos”, me dijo mi amiga. “Lo hizo, nos explicó, en un pequeño intento de combatir la deshumanización a la que ambos bandos se someten”.

Ahí está la raíz del problema. El Gobierno de Israel y muchos israelíes deshumanizan a los palestinos. Hamas y muchos palestinos deshumanizan a los israelíes y a todos los judíos. En Gaza, donde decenas de miles han muerto, el ejército israelí ha destruido todos los hospitales y el 95% de los edificios. No hay lugar en el mundo donde haya una mayor densidad de niños mutilados. ¿Alguien duda de que Hamas haría lo mismo en Tel Aviv si pudiera?

¿Alguien duda de que, si pudiera, Hamas haría en Tel Aviv lo mismo que Israel hace en Gaza?

El odio se extiende en olas expansivas por el mundo y fuera de las tierras israelíes y palestinas los que más lo sufren son los judíos, deshumanizados muchas veces incluso por su propia gente. La amiga australiana me dijo que un par de escritores judíos habían sido expulsados de un congreso de, precisamente, escritores judíos por haberse declarado públicamente contra Israel. Por otro lado, ella detecta una nueva frialdad de parte de viejos amigos no judíos.

“Me siento atrapada”, me dijo. “Por un lado, estar en contra del Gobierno israelí te equipara –seas judío o no, absurdamente–con ser antisemita. Por otro, por el mero hecho de ser judía te clasifican como antipalestina”.

La amiga en Inglaterra dice que con ciertos amigos judíos no puede hablar del tema debido al incondicional apoyo que sienten por el Gobierno israelí y a su ceguera ante las atrocidades que comete. También se calla la boca con amigos propalestinos que cierran los ojos a la masacre de israelíes y las violaciones en masa que cometió Hamas el 7 de octubre del 2023. Pero la salvaje y desproporcionada respuesta militar israelí es el problema hoy.

“A las pocas semanas del comienzo de la contraofensiva israelí en Gaza un amigo judío en Londres me dijo: ‘Netanyahu no solo ha jodido a los palestinos, sino a todos los judíos del mundo’. Estoy de acuerdo. No importa cuánto repitamos que Israel no nos representa, así se nos ve. Netanyahu ha abierto las puertas al antisemitismo, el odio más ­antiguo”.

“Todos los caminos conducen a Netanyahu”, dice la amiga australiana. “Se ríe del mundo, de los tribunales internacionales. Le deleita la impunidad con la que destruye y mata. Se parte de la risa –él, un criminal de guerra– con su última broma, la de nominar a su mejor aliado, Donald Trump, para el premio Nobel de la Paz”.

Por decir una cosa así en público mi amiga sería acusada, como cualquiera, judío o no, de negar el derecho a Israel de existir, como si el Estado no pudiese sobrevivir sin matar de hambre a los niños de Gaza. Dicho esto, aquí va una pregunta—hipotética, ya que no hay marcha atrás— que quizá merezca un cierto debate.

El Estado de Israel fue fundado en 1948 con el apoyo abrumador de las Naciones Unidas. Sabiendo lo que sabemos hoy, ¿Estados Unidos, Rusia, el Reino Unido, Australia y casi todos los países de lo que llamamos Occidente habrían hecho lo mismo?

Claro, en su momento era inevitable. Tras la muerte de seis millones de judíos en el Holocausto y la culpa acumulada de siglos que tantos países compartían, no había otra posibilidad. Pero hoy esa parte del mundo ha sido abandonada por sus varios dioses. La Tierra Santa es el mejor argumento contra la religión que existe. Es un valle de lágrimas y sangre condenado a un conflicto sin fin, sin solución imaginable. ¿Dos estados? Tan difícil como mantener dos ideas opuestas a la vez. Olvídense. Ojo por ojo para siempre.

“Netanyahu ha abierto las puertas al antisemitismo, el odio más antiguo”

Israel, donde mis dos amigas ni locas irían a vivir, iba a ser el escudo contra el antisemitismo. Pues resulta que todo lo contrario. Y mientras los Netanyahu sigan al mando, garantía de que Hamas o sus variantes proliferen, el virus del antisemitismo va a ir a más, envolviendo a mis amigas y a sus detractores, a inocentes o culpables, por igual.

Etiquetas
Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...