Maribel Vaquero, portavoz del PNV en el Congreso de los Diputados, le reprochó el miércoles al líder popular Alberto Núñez Feijóo, durante el tramo final del pleno sobre la corrupción, haber cruzado una línea roja con sus alusiones descarnadas a Pedro Sánchez como supuesto beneficiario de las saunas y prostíbulos a cuya gestión habría estado vinculado, tiempo atrás, su suegro, ya fallecido.
En tono pausado y sereno, en las antípodas del usado por Feijóo y Sánchez en la misma sesión, la diputada vasca dirigió esta pregunta retórica al líder opositor: “¿Cree que va a gobernar insultando y tratando de desacreditar al adversario?”. Y añadió: “Ha demostrado una educación política impropia”.
Probablemente, son muchos los españoles que comparten la opinión de Vaquero sobre el deplorable espectáculo parlamentario que ofrecieron ese día Sánchez y Feijóo. El primero, echando mano por enésima vez de una vieja foto en la que Feijóo aparece compartiendo una embarcación de recreo con el narcotraficante Marcial Dorado. (El líder de la oposición nunca ha dado explicaciones esclarecedoras o convincentes sobre esa relación, más allá de afirmar que, cuando trataba a Dorado, ignoraba que traficara con drogas y solo le constaba que “había sido contrabandista”). Y el segundo, contribuyendo decisivamente a extender el barrizal parlamentario al responder a esta denuncia del socialista con una pregunta furibunda: “¿Pero de qué prostíbulos ha vivido usted?”, apuntando de este modo a que Sánchez se había lucrado de los negocios de su difunto suegro.
El pleno del miércoles trajo una escalada verbal que no puede ir más allá, en ningún caso
Es conveniente recordar que el mencionado pleno se convocó para escuchar las explicaciones del presidente tras los casos de corrupción en los que parecen estar involucrados dos exsecretarios de organización del PSOE, José Luis Ábalos y Santos Cerdán. Y que, en su transcurso, Sánchez presentó un plan de quince medidas para combatir dicha lacra, en el que no faltaban algunas ambiciosas e inéditas hasta la fecha –otras no lo son–, avaladas por organismos europeos.
Pero dicho plan no mereció más que algún comentario despectivo por parte de Feijóo, como si la corrupción estuviera ya embridada en nuestro país, o como si no requiriera un pacto de Estado para hacerle frente. Lo que más ríos de tinta ha hecho correr tras el pleno no ha sido la pertinencia o aprobación del plan anticorrupción, sino la desmesura de las acusaciones cruzadas por ambos líderes, cuya aspereza ha ascendió un peldaño más, lo cual por desgracia no es una novedad, ya que caracteriza de antiguo la relación entre ambos, basada en lo que parece ser un recíproco sentimiento de odio.
Los más optimistas opinan que es imposible que el tono con el que se expresa la enemistad entre Sánchez y Feijóo vaya a más, en particular si la legislatura acaba durando dos años más. Pero quienes prefieren atender a los hechos saben que, tras el debate de infausta memoria, Feijóo dio el viernes una vuelta de tuerca a su discurso al decir de Sánchez que “participó del abominable negocio de la prostitución”, sin aportar pruebas, pero sabedor de que eso puede abonar el castigo del electorado femenino socialista. Y desde el PSOE se ha solicitado una investigación judicial sobre el seguimiento que la policía patriótica habría hecho de Sánchez y su familia en el 2014, con episodios en los que aparece el excomisario Villarejo, factótum de las cloacas del Estado, en pos de información sobre el suegro del actual presidente, y calificándola de “mortal” para su carrera.
El prestigio de los líderes, las instituciones y la democracia está ya muy dañado
En esta coyuntura, es preciso instar a Sánchez y a Feijóo a rebajar la tensión. Queremos hacerlo además con toda la formalidad y solemnidad que requiere el caso. Esto no puede seguir así. El daño que para el prestigio de ambos políticos comporta su actitud destemplada es ya poco menos que irreparable. La erosión que causan a las instituciones es manifiesta. El descrédito para la democracia que se deriva de un Congreso convertido en el escenario permanente de una riña tabernaria, protagonizada por las dos personas que se presentan como idóneas y más capacitadas para dirigir el país, es devastador y tan solo puede complacer a quienes desean recortar derechos y libertades. Feijóo debe recuperar la tarjeta de presentación que repartía cuando llegó a Madrid para relevar a Pablo Casado: “Yo no he venido a insultar a Pedro Sánchez, yo he venido a ganarle”. Y Sánchez debe evitar tratar de atacar al rival con argumentos personales. De lo contrario, todo el país puede acabar sufriendo las consecuencias de su incontinencia.