Dana no es nombre de tango

Hace un año contábamos con los dedos los litros de agua que caían sobre Catalunya. El paisaje era de grieta, de polvo, de árboles sedientos, de terruño seco, de ciudades preparándose para la escasez. Hablábamos de restricciones, de camiones cisterna abasteciendo pueblos enteros. Hoy, un año después, los pantanos rozan el 80% de su capacidad y ha vuelto el verde a los informativos pero nada ha cambiado. O mejor dicho: todo ha cambiado. La nueva normalidad ya no es una línea estable: es una ruleta. En una semana pasamos de los cuarenta grados al diluvio, de la crema solar al impermeable. Este fin de semana cayeron intensas lluvias en muchas zonas del país mientras aún humean los incendios del sur de Catalunya y se recuerdan las temperaturas extremas de hace solo diez días. La palabra dana ya no es una excepción climática: es un miembro más del reparto.

Gran espectáculo de luces de la dana en Blanes.
Ángel Pera / @angelpera__

Durante años nos dijeron que había que cerrar el grifo mientras te cepillabas los dientes, apagar luces innecesarias y evitar coger el coche si no era imprescindible. Eso está bien pero nadie salva el planeta duchándose rápido. Lo que vivimos no es un simple problema de consumo doméstico: es el resultado de un modelo de producción, transporte y economía globalizada que los gobiernos no se atreven a revisar porque hacerlo implicaría molestar a demasiados poderosos.

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Cuando llega la gran cumbre climática anual, los líderes llegan en avión privado, se hacen una foto delante de un cartel verde esperanza y vuelven a casa con un documento de buenas intenciones que nadie convertirá en una ley universal. El clima no está cambiando: ya ha cambiado pero seguimos actuando como si fuera un problema del futuro. No estamos a tiempo de evitarlo pero sí de mitigarlo y eso exige una transformación profunda y valiente no solo en nuestros hábitos sino sobre todo en las políticas públicas.

La pregunta ya no es si habrá sequías, incendios, olas de calor, lluvias torrenciales o granizadas de récord. La pregunta es cuántas, cada cuándo y cuán devastadoras serán. Lo que hoy parece imprevisible pronto será costumbre. Mientras miramos el cielo esperando si lloverá o no, conviene mirar también hacia arriba, más arriba todavía, y exigir que quienes toman decisiones dejen de revisar el calendario electoral y empiecen a analizar el termómetro. Porque la dana ya no es una sorpresa, es un aviso. Otro más.

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