De “peligro gravísimo” calificó el martes el primer ministro francés, François Bayrou, la situación económica que sufre el país. Francia lleva decenios viviendo por encima de sus posibilidades, gastando más de lo que permiten las cuentas públicas y sin haber conseguido en los últimos cincuenta años un presupuesto sin déficit. Una situación insostenible que ha llegado a un punto límite.
Presumir de grandeur ha permitido a Francia durante años presentarse ante la comunidad internacional como un país avanzado, defensor de los valores republicanos y poseedor de una disuasión nuclear propia que le permitía mantener una autonomía en política de defensa. En paralelo, iba aumentando prestaciones sociales y subsidios familiares. La brecha entre ingresos y gastos públicos ha crecido sin parar y con ella la deuda –alcanzó el 114% del PIB en marzo–, lo que ha encendido la luz roja en la economía y las finanzas francesas. El nivel de deuda supone 50.000 euros por habitante y el país está bajo supervisión de la UE por este motivo.
Para pagar esa factura de años de grandeur y frenar la deuda, Francia necesita ahorrar casi 44.000 millones de euros. En su intervención, Bayrou no ocultó la cruda realidad y el catálogo de medidas que anunció, que figurarán en el próximo presupuesto, es ciertamente dramático y radical. El primer ministro apuesta por la austeridad. La congelación se aplicará a todos los presupuestos ministeriales, las prestaciones sociales y sanitarias, las pensiones, los salarios de los funcionarios y los tramos impositivos. Uno de cada tres funcionarios que se jubilen no será sustituido, se suprimen dos días festivos para aumentar la productividad, se reforma el seguro de desempleo con normas más estrictas y, en un guiño a la izquierda, se anuncia una “contribución de solidaridad” para los franceses más ricos. La mayor parte de estas medidas supondrán un duro golpe para la población más vulnerable del país.
El gobierno necesita ahorrar más de 40.000 millones para frenar la deuda y evitar la quiebra
Bayrou se juega su supervivencia política al presentar esta batería de medidas impopulares. El proyecto de presupuesto para el 2026 se presentará a la Asamblea Nacional a partir del 1 de octubre, donde se enfrentará a un aluvión de enmiendas. El Gobierno podría verse tentado a recurrir al artículo 49.3 de la Constitución, que permite aprobar un proyecto de ley sin someterlo a votación, pero también abre la puerta a una moción de censura. El 4 de diciembre del 2024, el gobierno de Michel Barnier cayó tras invocar esa disposición. De hecho, nada más conocerse los ajustes del Gobierno, tanto la extrema derecha de Reagrupamiento Nacional como la izquierda de La Francia Insumisa ya han abierto la puerta a presentar esa moción de censura si las medidas no cambian sustancialmente. “Si Bayrou no modifica su plan, lo censuraremos”, ha advertido ya Marine Le Pen. También socialistas y ecologistas están en contra del severo recorte.
La suerte del Gobierno Bayrou puede depender, a partir de ahora, de si se produce una fractura en la oposición, pues más allá de las críticas comunes cada formación política defiende intereses distintos. Si cayera el Gobierno, una nueva crisis política podría provocar nuevas rebajas en la calificación crediticia y aumentar el coste de los intereses, que ya se prevé que se conviertan en la mayor carga presupuestaria, superando los 60.000 millones de euros.
Al Ejecutivo de Bayrou le aguarda un calvario parlamentario y una posible moción de censura
La otra cara de esta situación económica es que Francia aumentará el gasto de defensa en 6.500 millones de euros en los próximos dos años. Es una apuesta personal del presidente Emmanuel Macron, decidido a rearmar al país con el argumento de cumplir el objetivo del 5% del PIB en inversión en defensa que impone la OTAN, fortalecer las fuerzas armadas y afrontar las amenazas internacionales –léase Rusia– y las dudas sobre el aliado estadounidense. El jefe del Estado busca cuadrar el círculo, pues por un lado apuesta porque el país se apriete el cinturón con un multimillonario recorte presupuestario y, por otro, destina más dinero al presupuesto de defensa, que define como “sagrado”. La gran pregunta es de dónde saldrá el dinero para el rearme sin que haya más deuda.
Macron, que ayer calificó de “valiente, audaz y lúcido” el plan de Bayrou, afronta el tramo final de su segundo mandato muy debilitado políticamente. Su Gobierno está en minoría y veremos si logra aprobar su plan en el Parlamento o acaba cayendo. Además, no es descartable que los recortes provoquen una respuesta ciudadana y sindical violenta en las calles, como ya sucedió en ocasiones anteriores, lo cual aumentaría más la polarización en que vive Francia desde hace tiempo. Esta crisis evidencia el fracaso de Macron, que en ocho años ha sido incapaz de cuadrar las cuentas públicas y al que le espera un final de mandato agitado.