Soy fumadora. Y aunque hace años que me he pasado a estos cachivaches de vapor que no combustionan, no consigo quitarme la adicción a la nicotina. Y fue así, consumiendo nicotina, que estuve a favor de la ley del tabaco del 2005 y también de su versión más restrictiva del 2010. Defiendo los espacios sin humo o las campañas que alertan de la nocividad del tabaco, los entiendo como una mejora colectiva, aunque personalmente siga fumando y me fastidie momentáneamente no poder hacerlo cuando me plazca. Ni soy ni pretendo ser un referente moral universal.
Me pronuncié, en público y en total minoría, en contra del escrache que le hicieron a Soraya Sáenz de Santamaría a las puertas de su domicilio mientras su bebé y su madre estaban en la casa. Mis compañeros de tertulia radiofónica se alineaban con el argumento de que los escraches son “jarabe democrático ” (y añadían, además: “Es del PP, lo merece”). Y aunque el juez les dio la razón a ellos y no a mí considerando el escrache “un mecanismo ordinario de participación democrática de la sociedad civil y expresión del pluralismo de los ciudadanos”, me sigue pareciendo mal. Me molestan epidérmica y racionalmente estas formas de hacer política.

Algo parecido me pasó años más tarde con el chalet de Galapagar y la piscina en forma de riñón. Mal gusto aparte, y constatada la hipocresía proverbial de la pareja Iglesias-Montero, lo único que me pareció juzgable políticamente es que justamente volvieran este tema privado en un tema político en forma de consulta a las bases de su partido. Otra vez en minoría, porque muchísima gente de mi entorno estaba dolida (sic) y decepcionada y no paraban de hablar del tema y de replantearse su voto.
¿Es lo personal, político?
En esto pensé el otro día cuando todo lo que quedó del pleno en el Congreso sobre la corrupción y la cumbre de la OTAN fue la dura acusación personal del líder de la oposición al presidente: “¿De qué prostíbulos ha vivido usted? ¿Ha sido partícipe a título lucrativo del negocio de la prostitución y ahora quiere prohibirla?”. Pensé en esto y pensé en las hijas del presidente Sánchez, en lo durísimo que debe de ser todo esto para ellas y el poco bien que nos hace al resto.
La carrera a la baja del “y tú más” solo tiene dos recipientes: la abstención y Vox
En 1969, Carol Hanisch escribió un ensayo que se convirtió en un eslogan de los años setenta: The personal is political. Esta frase fue esencial para la segunda ola del feminismo porque efectivamente hay muchos aspectos personales que son políticos. Lo son para un homosexual en un país integrista, para una mujer que quiere ser madre en un país sin políticas públicas, para un joven que quiere escuchar música transgresora en una dictadura. Pero me da la sensación de que hemos ido al otro extremo y hemos deformado la idea de que lo personal es político para convertirla en que lo político es solo lo personal.
A veces pienso que hemos importado todo lo malo y nada de lo bueno de esta prevalencia del personaje sobre el individuo de los países de raíz protestante donde, por ejemplo, no se puede ser ateo o soltero para ser presidente de Estados Unidos aunque nada de esto sea un requisito constitucional.
En todo caso, lo que más me preocupa de esta política de vuelo gallináceo y patada en la espinilla de la que les he citado el último ejemplo de Feijóo, pero podría también haber transcrito cualquier tuit del ministro Puente o cualquier exabrupto de Rufián, es que nos encamina a un escenario complejo en las próximas elecciones porque, desengáñense, la carrera a la baja del “y tú más” solo tiene dos recipientes: la abstención y Vox, que según los datos del último CIS ya es la primera fuerza en intención de voto de los que no participaron en las últimas elecciones y de los jóvenes.
Los ciudadanos españoles llevamos años sin ver un pacto en nada. Ni en vivienda, ni en defensa, ni en fondos europeos, ni en financiación autonómica, ni, por supuesto, en ningún tema que sirva para preparar mejor nuestro futuro. Por no ver no vimos ni a Sánchez ni a Casado reunidos durante la pandemia. Al que estamos asistiendo estos días, acusarse de ser más corruptos que el otro y de ser indecentes personalmente, entre narcos y prostíbulos, es el único pacto que verán. Un pacto secreto que va a llevarlos a perder apoyos y confianza en sus propios electorados. Vox va a pasar de 50 diputados. Y me quedo corta.